Amanece el martes y el frio sigue calando fuerte. De nuevo nos concentramos en el cuarto piso esperando, ahora sí, el trasplante. Bethy y mi esposa no parecen estar tranquilas.
A las 8:25 llega el camillero. Bethy y mi esposa se despiden. Intentan darse ánimos mutuamente.
La primera en salir es precisamente Bethy. Cubren su cuerpo con una sábana esterilizada; de pies a cabeza. Aunque ella no puede vernos, escucha cuando le decimos: “¡Gracias Bethy!, ¡Todo va a salir bien!”.
Pasan los minutos. Llega de nuevo el camillero al 411 para conducir a mi esposa al quirófano. Los minutos se hacen eternos. De pronto se escucha decir a alguien: “La donadora está bloqueada y la receptora está negativa. Se arma la confusión. Vemos rostros de contrastes. Algo está pasando. Mi corazón late demasiado aprisa; ¡Por Dios!, ¿Qué está ocurriendo?
Fue un lapso de fuertes tensiones. ¡Por fin se ve salir a mi esposa!, “Tranquila, tranquila, Dios está con nosotros”, le decimos. Sabíamos que mucha gente había rezado por ellas. Eso nos dio fortaleza, ¡Mucha fortaleza!
No nos movimos de ahí. El momento sublime había llegado. Dejamos en manos de Dios y de los médicos el trasplante.
La experiencia que hace siete años habíamos pasado con el trasplante de Omar, nos indicaba que Bethy, la donadora, saldría del quirófano tres o cuatro horas después.
Efectivamente, a eso de las doce y media de la tarde vimos que la conducían a la sala de recuperación. Obnubilada, con los ojos semi abiertos y la voz arrastrada preguntó: “¿Y Tachita como está?”.
Esas fueron sus primeras palabras después de que le extrajeron su riñón. Nos conmovió sobremanera su expresión. Anahí se fue con ella. Había que estar al pendiente de todo. Los demás continuamos esperando en los escalones del cuarto piso.
Hicimos cálculos. “Mi mamá va a salir como a las dos y media”, dijo en voz baja Omar. Acertó. Bueno, en realidad falló con escasos 7 minutos, porque a las 2:37 uno de los doctores nos informó que el implante ya se había realizado y que del quirófano pasaría a Cuidados Intensivos.
Ya no la podíamos ver; pero se nos indicó que se le podía “visitar” a las seis de la tarde. Se permite únicamente a dos familiares, pero separados en dos turnos.
Continuamos en el cuarto piso para indagar el estado de mi esposa con los doctores que participaron en su implante. “Todo está bien”, nos decían. Aún así, quisimos esperar al “mero mero”, es decir al angiólogo, al especialista que se había encargado del implante renal, al doctor que unió venas y conductos que conectan al riñón con el resto del cuerpo.
Como a las 3:45 por fin se nos dio un informe más amplio. El angiólogo Gerardo García fue el encargado del implante. Nos explicó que todo se había realizado con éxito y que de ahí en adelante todo dependería de los cuidados y del propio organismo de mi esposa.
Nos dijo que su Maestro había sido el doctor Valdespino, a quien conocimos cuando el trasplante de Omar.
A partir de ahí empezamos a sentir tranquilidad; pero había que esperar mínimamente ocho días para ver su evolución, en Cuidados Intensivos”. Durante ese lapso solo podíamos verla dos veces al día, treinta minutos a lo sumo.
Mientras tanto, comer cualquier cosa. A veces una sola comida al día. La escasez de recursos nos obligaba a ello. Además habría qué pensar en otros gastos también prioritarios. Para su “alta” del Centro Médico se nos pidió una lista de artículos que necesariamente debían ser nuevos.
De manera solidaria recibimos el apoyo de algunas personas; entre ellas del Club Koratlán; pero también fuimos apoyados por la regidora Marisol Sánchez y por su padre José Luis; la familia de Jerónimo Romero y desde luego de la hermana de Bethy, la donadora. Me refiero a Reina Juárez, a quien le manifestamos nuestra gratitud de manera perene.
Al emitir su “alta” nos vimos en una disyuntiva, dado que la mayoría de los doctores nos sugirieron nos quedáramos en Guadalajara y que rentáramos un cuarto especial para trasplantados; pero también lo consultamos con el nefrólogo que se hizo cargo de todo el protocolo, el doctor Nieves, quien opinó que estaría mejor acá en Ahuacatlán, pero con los cuidados requeridos…
Y aquí estamos ya, en Ahuacatlán. La donadora – de la que, insisto, hablaré en otra ocasión por ser esta una historia especial – se recupera poco a poco; mientras que mi esposa está aislada en su cuarto, bajo cuidados especiales. Ella no podrá salir de ahí sino hasta dentro de un par de meses, y solamente a la sala. Nada de visitas por el momento; pero poco a poco iremos saliendo al paso. Tenemos que extremar los cuidados para evitar el rechazo.
Agradezco infinitamente a todas esas personas que de una manera u otra siempre han estado al pendiente de la salud de ambas, es decir, de Bethy y de Tachita. A las enfermeras de hemodiálisis del Seguro Social, a los doctores del Centro Médico de Occidente, a quienes nos han ayudado económicamente, a mis Patrones que también se han mostrado comprensivos…
La vida a veces ha sido generosa con nosotros, pero también nos ha dado Varios golpes. Sin embargo ya asimilé la idea. Si la vida me da la espalda, ¡Le agarro las nalgas!, ¡Gracias infinitas a todos!
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