FRANCISCO JAVIER NIEVES AGUILAR
AHUACATLÁN .
Fue Joel López, mi yerno, quien me dio la noticia: «¿Ya se enteró don Poli? Creo que falleció Amadita”.
Me quedé pasmado. No supe qué decir. Las palabras se me atoraron en la garganta, como si algo más profundo que el silencio me envolviera.
Apenas hacía unos días la había visto caminando lentamente, con esa cadencia serena que parecía flotar en la sala de su casa.
Su salud, es cierto, no era la mejor. Pero nunca imaginé que su partida hacia la Casa del Señor ya estuviera escrita para el miércoles 23 de abril de 2025.
Desde aquel instante, evocar su figura fue inevitable. Su andar pausado, su sonrisa suave, su manera de hablar que no empujaba, sino que acariciaba. Tenía un estilo amable, una nobleza discreta, una ternura que no pedía permiso para quedarse.
Así era Amada Gómez Anguiano. Pero todos, con cariño y familiaridad, la llamábamos simplemente: Amadita.
Yo tuve el privilegio de conversar largo y tendido con ella. Fueron tres entrevistas, tres encuentros que hoy se convierten en reliquias del alma. Una se plasmó en prensa escrita; las otras dos, en video.La última, si mal no recuerdo, fue hace no más de cuatro semanas.
Parecía tener ganas de seguir compartiendo, de seguir contándonos historias… como si algo dentro de ella supiera que el tiempo empezaba a tener prisa.
En cada charla, Amadita dejaba escapar su esencia. Me hablaba de su fanatismo entrañable por Los Tigres del Norte, con la emoción de quien revive un concierto con solo cerrar los ojos.
Pero también abría con generosidad las puertas de su vida: su infancia, su nacimiento, su llegada a Ahuacatlán… Todo era contado con una lucidez cálida y una gracia que solo tienen las almas que han aprendido a ver la vida con gratitud.
Nuestras entrevistas no eran frías secuencias de preguntas y respuestas, sino también de momentos de fraternidad. De esos que uno guarda en un rincón especial del corazón.
Desde la primera vez que hablamos, me cayó bien. Y ella, con ese cariño espontáneo que repartía sin medida, a veces me gritaba desde lejos: —»¡Poliiiiii! ¡A ver cuándo me visitas, eh!». Ese llamado hoy retumba en mi memoria con la fuerza de una ausencia.
El respeto que sentí por ella… el cariño que le tuve… se quedarán guardados dentro de mí, como una luz suave que me acompaña cuando miro hacia atrás. Como una canción de fondo en las tardes tranquilas. Como una historia contada al oído.
DESCANSA EN PAZ, AMADITA. Tu voz, tu risa, y tu dulzura…Aquí se quedan. Siempre.
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