Omar G. Nieves
Uno de los primeros libros que leí fue la biblia. En ese entonces iba al catecismo con la maestra Meche. Sintiéndome pues inquietado por los asuntos que estudiábamos – el pecado original, los ángeles, el diablo, la trinidad, etcétera – fue que me puse a leer los evangelios. Nada más eso; pero suficiente para que comenzara desde entonces mi pertinaz indagación sobre conceptos, enseñanzas y actitudes de la iglesia que no me dejaban convencido. Después aprendí que esa inquietud es natural en todos, y que la mejor forma de hacerlo es mediante la dialéctica.
Como no retengo bien los pasajes bíblicos, me valdré de dos pensamientos que todo mundo conoce y que sirven para ilustrar lo que quiero exponer. Uno de ellos dice que los fariseos buscaron a Jesús para preguntarle si habría que dar tributo al César, a lo que el maestro respondió con una brillante demostración: pidió una moneda del César, y regresándosela a quienes le hicieron la pregunta les dijo: “Den al César lo del César y a Dios lo de Dios”.
Esta instrucción bíblica va para aquellos funcionarios públicos – principalmente a ellos – que hacen confundir sus actos de gobierno con asuntos religiosos. Pues son los políticos quienes por el protagonismo que quieren tener, meten a Dios en sus discursos, o, peor todavía, utilizan recursos públicos para que se realicen ceremonias religiosas.
El otro pasaje lo recuerdo mejor. Está en el primer párrafo del capítulo seis de Mateo. Unas palabras de Jesús que deberían tener presentes, además de los políticos, los clérigos y la feligresía en general. Lo cito textualmente de la versión de Casiodoro de Reina, en su última revisión de 1960: “… Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público…”.
¿Tiene derecho el gobernante de profesar una religión, como el sacerdote de participar en cuestiones políticas? Ni lugar a dudas, incluso a hacerlo públicamente; pero sin caer al mismo tiempo en dualidad de funciones; o dicho de otra manera, sin que ostenten las dos investiduras: la del creyente y la del representante público.
Esto es, el sacerdote no debe discurrir en misa sobre asuntos políticos trayendo la sotana puesta, puesto que no sólo falta al Estado laico, sino a sus propios principios bíblicos; como tampoco debe el gobernante salir a la calle a presidir una misa o ceremonia religiosa en su carácter de funcionario público.
El fundamento es razonable: el Estado es común a todos, la religión no.
Uno de los primeros libros que leí por interés personal fue la biblia, a los
siete años de edad. En ese entonces iba al catecismo con la maestra Meche.
Sintiéndome pues inquietado por los asuntos que estudiábamos – el pecado
original, los ángeles, el diablo, la trinidad, etcétera – fue que me puse a leer
los evangelios. Nada más eso; pero suficiente para que comenzara desde
entonces mi pertinaz indagación sobre conceptos, enseñanzas y actitudes de
la iglesia que no me dejaban convencido. Después aprendí que esa inquietud
es natural en todos, y que la mejor forma de hacerlo es la dialéctica.
Como no retengo bien los pasajes bíblicos, me valdré de dos pensamientos
que todo mundo conoce y que sirven para ilustrar lo que quiero exponer.
Uno de ellos dice que los fariseos buscaron a Jesús para preguntarle si habría
que dar tributo al César, a lo que el maestro respondió con una brillante
demostración: pidió una moneda del César, y regresándosela a quienes le
hicieron la pregunta les dijo: “Den al César lo del César y a Dios lo de Dios”.
Esta instrucción bíblica va para aquellos funcionarios públicos –
principalmente a ellos – que hacen confundir sus actos de gobierno con
asuntos religiosos. Pues son los políticos quienes por el protagonismo
que quieren tener, meten a Dios en sus discursos, o, peor todavía, utilizan
recursos públicos para que se realicen ceremonias religiosas.
El otro pasaje lo recuerdo mejor. Está en el primer párrafo del capítulo seis
de Mateo. Unas palabras de Jesús que deberían tener presentes, además de
los políticos, los clérigos y la feligresía en general. Lo cito textualmente de la
versión de Casiodoro de Reina, en su última revisión de 1960: “… Y cuando
ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las
sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de
cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu
aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre
que ve en lo secreto te recompensará en público…”.
¿Tiene derecho el gobernante de profesar una religión, como el sacerdote
de participar en cuestiones políticas? Ni lugar a dudas, incluso a hacerlo
públicamente; pero sin caer al mismo tiempo en dualidad de funciones; o
dicho de otra manera, sin que ostenten las dos investiduras: la del creyente y
la del representante público.
Esto es, el sacerdote no debe discurrir en misa sobre asuntos políticos
trayendo la sotana puesta, puesto que no sólo falta al Estado laico, sino a
sus propios principios bíblicos; como tampoco debe el gobernante salir a la
calle a presidir una misa o ceremonia religiosa en su carácter de funcionario
público.
El fundamento es razonable: el Estado es común a todos, la religión no.
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