Omar G. Nieves
Hace poco una amiga que estudia comunicación en la UAN fue muy precisa cuando indicó que las nuevas generaciones ya no les interesa comprar un periódico impreso; “¿Para qué? – me dijo – si ya todo lo encuentras en internet de forma gratuita, con apartados selectivos de variado interés, sin mancharte las manos, ni tener que batallar con ejemplares incómodos para su lectura por su formato largo y poco atractivo”.
Es difícil sin embargo ajustarse a una novedosa y desconocida forma de presentar la noticia; sobre todo cuando ahora existe la posibilidad de que el lector participe, critique y se involucre en la aclaración o aportación de datos periodísticos. De esto creemos deriva el temor de algunos periodistas, quienes están acostumbrados a exponer los hechos y a opinar de manera acabada, sin admitir contrariedades a los dogmas que todo el tiempo solían publicar, complaciendo al que resultaba ser – o resulta ser aún – el verdadero señuelo de sus intereses económicos: el político, el gobernante, y rara vez el empresario que contrata publicidad.
Porque un periodista podrá tener aspiraciones profesionales, y en ese sentido querrá afianzar el prestigio de su trabajo – que es lo más valioso que puede tener cualquier persona –, pero si su seguridad económica está sujeta a un sector especial de la sociedad, ésta quedará en segundo plano frente al político o gobernante.
Internet rompe con esos vicios insidiosos, porque en la red lo que vale es el usuario, el lector, el destinario principal.
Por eso, aunque muchos sigan diciendo que el gobernador Ney González es parte de este estilo arbitrario e impositivo que controla la información, lo cierto es que Ney ha sido el principal promotor de las redes sociales; esas que aunque la prensa toda le promocione sus obras – lo cual desde mi punto de vista es válido – o le encubra sus desaciertos – que me parece totalmente reprobable – están para señalarle sus equívocos, e incluso, hasta para difamarlo, como ya lo han hecho algunos cibernautas aprovechándose de un perfil falso.
Lo que se publica en un impreso o en internet no tiene por qué ser diferente. Nosotros hemos leído infinidad de artículos y fragmentos de libros – porque en éste caso sí prefiero la lectura impresa – que son de elevada calidad literaria y filosófica. También nos hemos encontrado con basura abundante. Opinadores improvisados, periodistas frustrados, políticos acabados, sujetos con el ansia de destacar, y que creyendo hacer periodismo, lo único que hacen es deformar esta actividad que es necesario separarla de la paja, tal cual lo propuso Andrés Oppenheimer en su programa “El futuro de internet”.
En lugar de rehusarse a la adaptación, los periodistas debemos pugnar porque se instituya un mecanismo para que por lo menos se distingan los medios de comunicación profesionales de los que no lo son en internet. Imposible prohibir, palabra no buena para nuestros días, pero sí distinguir entre los comunicadores de oficio de los amateur.
Al final de cuentas el usuario es el que premia y castiga. No sabemos que futuro le depare a los medios de comunicación tradicionales, lo que sí vemos es que aquellos viejos que gustaban de leer un diario matutino sentado en el umbral de su casa bajo los primeros rayos del sol y una buena taza de café, se están acabando, tal cual merman cada vez más las ventas del impreso.
RIBETE:
Norberto Bobbio ilustra el estado de derecho a un semáforo que ordena la circulación de vehículos en una avenida. El agente de tránsito yo lo pondría entonces como al juez y como al policía que cuida que no se altere el orden de la circulación y la buena marcha de los carros.
Ahora que el ejército está en las calles, que la represión del estado está en todo su esplendor, se me figura que ese agente de tránsito es corrupto y que se chinga a quien quiere y deja pasar al quiere también. Cananea y Pasta de Conchos no están solos.
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