Omar G. Nieves
Me trasladé a la colonia Emilio M. González acompañado de mi hermano Javier para regalar algunas cobijas con las que agradecería el apoyo que el pueblo de Ahuacatlán me brindó en mi convalecencia.
A los primeros que encontré fue a un par de ancianos.
Don Luciano Flores se encontraba postrado en una silla y conectado en una máquina que le proporcionaba aire a sus pulmones.
– ¿Me permiten obsequiarles una cobija?, les pregunté.
– ¿Pero no me van a llevar a la revolución?, me inquirió el señor Flores.
– No, como crees; esos tiempos ya pasaron, dijo su esposa; y enseguida se dirigió a mí y me preguntó si tenían algo que dar.
Les respondí que no; y para darles más confianza les dije que era hijo de “Poli” Nieves.
– ¡Ah!, tu eres el que estás enfermo, me dijo la señora. Yo soy la abuelita de Noemí, ella te iba a visitar seguido a tu casa, agregó.
Platicamos un buen rato, les agradecí sus oraciones, y les dejé el regalo que un alma generosa de Tepic me indicó entregara a nombre mío.
Después fuimos con doña “Mari”. La encontramos, como siempre, debajo de una ramada de chayotes y pasiflora, donde se resguarda del sol. Mi hermano y yo apenas cupimos en ella. Teníamos que agacharnos para estar ahí.
– Mira que altos están, no caben, nos dijo doña “Mari”.
– Es que nos echaron químico, le respondí.
– Mmmm, mira nomás; a nosotros yo digo que no nos echaron, por eso estamos así de chaparritas, comentó.
Doña “Mari” se refería a ella y a su hija, quien molía fuerte el nixtamal para comer tortillas con sal y chile.
Conversamos un rato de mi enfermedad, del riñón que me donó mi papá; y así como don Luciano y su esposa, no podían creer que el órgano que recibí lo traía en el estómago. Les expliqué como sobrellevé la enfermedad, les dejemos tres cobijas y nos regresamos a la casa, donde ya nos esperaban otras personas más.
En la casa estaba don Carlos Tapia, doña Ana Ochoa, doña Lucía Arana, Fabiola, Crispín González, Sugey, Rosa Ledezma, la señora Paty, doña Carmen Acevedo, y otras más que había citado para el efecto.
A todos les expliqué que el motivo de la invitación era el agradecerles la solidaridad que recibí cuando estuve hospitalizado varias veces por mi problema renal. Las oraciones que recibí, las kermeses, discos, obras de teatro y cooperaciones que se organizaron para ayudar con los gastos que mi familia tuvo que hacer entonces.
Enseguida les informé que tenía unas cobijas que un señor muy noble de Tepic me dio para gratificar a todos los que me apoyaron. Un señor, les dije, que sin conocerlo también siguió mi enfermedad, se preocupó por mi salud, y que leyendo el periódico supo de la pobreza que hay en este pueblo.
“Yo se que no a todos los que me ampararon en mi enfermedad los podré recompensar con estas cobijas, pero sepan que cualquier cosa que se haga por el prójimo siempre es multiplicado, y en este caso, si ayudo al más necesitado estaré ayudando a todos”, les expresé.
El mensaje, le puedo decir a mi estimado amigo, fue muy bien recibido. Y eso lo puede confirmar cuando quiera venir a este pueblo y hablar con esa gente que se fue muy contenta por el obsequio que les entregué.
Exponer todos los agradecimientos y los detalles de cada persona sería extenso para el espacio de este impreso. Solo me quedo con las palabras de Crispín González Minés:
“Omar: yo si te quiero decir que le digas a este señor que así como nosotros rezamos por ti cuando estuviste malito, así nosotros queremos que nos digas cuando él se enferme porque queremos ir a visitarlo y hacer oración pa’ que se alivie pronto”.
Discussion about this post