Llegué y, sin preguntar nada, me colé hasta su cama. Con mi diestra toqué su rostro. Se veía pálida, rígida. La esperanza de encontrarla aún con vida se desvaneció. Luego tomé su mano, dándome cuenta entonces que no tenía pulso…. “¡Mamá!, ¡Mamá!”, exclamaba una y otra vez. No encontré repuesta.. Su silencio hizo que el llanto brotara por mis ojos.
Mis hijos también lloraron. Para entonces ya habían llegado algunos de mis hermanos. Luego y con el apoyo de la policía solicitamos la presencia del doctor Héctor Arciniega. A los pocos minutos el galeno, con el rostro afligido, nos comunicó: “Lo siento, no hay nada qué hacer”. Más tarde llegarían los empleados de la Funeraria Bañuelos para depositar el cuerpo de mi madre en un ataúd provisional.
De esta forma se puso punto final a la vida de una gran mujer… una mujer valiente, hacendosa, abnegada. Una mujer que luchó y que transmitió siempre los valores de respeto y honestidad a sus once hijos: Rosario, Felipe, Anita, Gloria, Adalberto, Luis Humberto, Francisco, Marcos, Rosa, Martha e Irma.
Hoy justamente se cumplen 365 días de aquel inolvidable y triste episodio, es decir, del fallecimiento de nuestra madre Efigenia Aguilar Díaz. Un año hace exactamente de aquel 05 de diciembre de 2013, fecha en la que las flores del pequeño huerto donde ella residía, perdieron su esencia, el mundo se ensombreció y la vida familiar se tornó fría.
Hoy llega con más fuerza aún la tierna imagen de mi madre Geña; sus vestidos, sus sandalias, su bastón, su andadera, ¡Su gorro color café!
Recuerdo sus maltratadas manos endulzando mi café, sus ollas y cazuelas de barro que servían para cocinar la sopa y la pepena, los frijoles refritos y el mole de olla. Su raída escoba aseando la casa, su machete y azadón que utilizaba para cultivar los rosales.
Hija primogénita de don Abundio Aguilar – revolucionario que perteneció a las huestes de Pancho Villa – y de doña Ana Díaz – mujer de enorme corazón nativa el estado de Chihuahua -.
Traigo a mi memoria la tarde de aquel 26 de septiembre cuando la vi derramar lágrimas al escuchar “Las Mañanitas” que mis hijos y yo le cantamos con motivo de su cumpleaños. Sus deseos de que le cantara “Rosita Alvirez”, “Los Laureles” y “Carabina 30-30”.
Seguro que desde arriba observa mis pasos. Echo de menos sus palabras de motivación. Es y será mi primer pensamiento, mi orgullo y mi admiración. Quisiera verla en su silla contándome historias y anécdotas. No puedo acostumbrarme a su ausencia; pero me esforzaré por ganarme el cielo y no perderla nunca más. Mientras tanto, le pido que guíe mis pasos, que ilumine mi senda… que me enseñe el camino.
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