Omar G. Nieves
El ignominioso pacto que suscribió el PRI y el PAN para subir los impuestos y rechazar las alianzas electorales, es tan denigrante como la propia coalición entre el PAN y el PRD para participar en los comicios en diversos estados de la república.
Los tres partidos han caído en conductas reprobables que en mayor o en menor grado degeneran la actividad política.
El PRD comente el error de aliarse con un partido de intereses antagónicos. Deje usted de lado – amable lector – la descalificación y el desconocimiento a Felipe Calderón como presidente de la república – que por cierto no provino nunca del sol azteca, sino del movimiento obradorista –; los perredistas desaciertan en la estrategia de unirse con los adversarios lisa y llanamente porque éstos trabajan en función de ganar elecciones para administrar el poder y mantener desde ahí el status quo.
Los panistas mismos han declarado en sus documentos básicos que para eso luchan, para administrar el poder. “Laissez faire, laissez passer”, dejar hacer, dejar pasar. Y esta forma de operar el sistema lo único que provoca es la ingobernabilidad, lo que hemos visto en los últimos dos sexenios.
La izquierda no puede unirse con la derecha porque es como si los trabajadores se unieran al patrón para competir contra una empresa ajena, pero sin modificar las relaciones de producción o explotación dentro de su misma empresa. El PRD en este caso juega al tonto útil, porque aunque llegase a ganar junto con sus opositores, no podría lograr sus propósitos: el cambio. Eso, si es que realmente es su objetivo, porque más bien pensamos que éste partido se ha vuelto mercantilista y electorero.
Ya lo dio Andrés Manuel en 2006 con justa razón: “es preferible no hacer alianzas, ni pactos con nadie para no llegar atados y que le pongan trabas al nuestro Proyecto Alternativo de Nación”. Por eso su campaña fue abajo, no arriba.
Se dice que con estas alianzas se romperían el cacicazgo y la hegemonía política que el PRI ejerce en varios estados para garantizar en lo sucesivo unas elecciones más equitativas, que el fin justifica a los medios. Pero nosotros preguntamos ¿Qué o quién justifica los fines? No, no basta con tener democracia, y menos como la plantean la mayoría de políticos que hay en México. ¿Para qué queremos democracia si van a seguir las desigualdades sociales? ¿Para qué queremos democracia si va a continuar la corrupción, el tráfico de influencias, el analfabetismo, la inseguridad pública, el desempleo y la falta de oportunidades? Esa democracia no la queremos, porque es una democracia formal. Lo que los mexicanos estamos pidiendo es una democracia sustancial.
Siguiendo con la afrentosa concertacesión entre el PRI y el PAN, primero para que el tricolor reconociera el supuesto triunfo de Felipe Calderón en 2006, y ahora más recientemente para que el PAN nos subiera los impuestos a cambio de no hacer alianzas con el PRD, debemos decir que entre la conducta de los dos, la del PRI es más repugnante.
Tan siquiera el PAN reconoce su desliz, con cinismo y cierta hipocresía, pero acepta su inmoralidad y pide disculpas. Eso en ética política resarce, en cierta manera, su mala actuación.
Tal vez me digan que en política no hay códigos de conducta moral, y que el Maquiavelismo sigue siendo la mejor guía para alcanzar las metas; pero aunque la política no tenga un tratado de ética especial, o que si la tiene cada quien la puede interpretar y practicar conforme a las circunstancias, en este caso específico del pacto PRI-PAN la evidencia pública del mismo requiere del acogimiento de la moral en su sentido más amplio – latu sensu -, es decir, de la moral social.
El PRI debe reconocer su impúdico acuerdo, debe pedir disculpas, y debe dejar la estulticia que lo desacredita y le quita la elevación política que estaba alcanzando.
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