Francisco Javier Nieves Aguilar
Amanece en La Habana. Es viernes, día entre nublado, clima templado. Ni frío ni calor. Desde mi habitación contemplo la inmensidad del océano. Tomo una ducha, me recuesto otros momentos y espero a que el reloj marque las ocho y media de la mañana… “No nos esperes a desayunar”, me habría dicho la patrona en la víspera.
Acato su recomendación. Hay bufet en el restaurant… Fruta, papas a la francesa, huevos con jamón, jugo de naranja, leche y un panecillo conforman mi desayuno, ¡Perfectísimo!
No conozco el itinerario del día; por eso espero a que bajen los patrones. Aprovecho ese espacio para conocer el trajín de la mañana. Me apuesto en la Primera Avenida y observo…
… La ciudad vive de sus recuerdos y son sus recuerdos los que le dan vida. A pesar del tiempo, muchas cosas no han cambiado; sus habitantes viven en un ir y venir de tradiciones que se niegan a morir. Su lento desarrollo económico no es obstáculo para ofrecer lo mejor de la isla a un turismo que se incrementa diariamente.
Entablo conversación con Luigi, un italiano que debe frisar en los 60 y tantos años. “Vengo de Palermo y llegué aquí hace ya un mes”, me dice… Es un hombre de negocios; y, según lo asienta, “no hay otro lugar más lindo para descansar que La Habana”.
A través de Luigi me doy cuenta que la capital cubana es el esplendor tropical que reúne lo mejor de España, lo mejor de África y lo mejor de Las Antillas. La Habana, con sus antiguos automóviles americanos, su bullicio, su historia, su gente y sus ritmos es una de las mejores ofertas turísticas del Caribe.
Restan 25 minutos para las 11 de la mañana… “Qué pasó Nieves, ¿Ya desayunaste?”, inquiere don Edgar, mi patrón. Media hora después nos enfilamos hacia la zona centro. La conversación con el taxista es amena. Nos apeamos en el Paseo del Prado; y casi enseguida nos infiltramos a una agencia dedicada al alquiler de autos. Mi patrón elige un CVVT. Lo renta por cuatro días. Lo abordamos; pero tres cuadras adelante me indica: “Aquí te vas a bajar tu; puedes hacer lo que quieras. Nos vemos en la noche en el hotel”.
Me sentí desprotegido; pero el deseo de mezclarme en este otro mundo se impuso de inmediato y allá voy… paso a pasito, recorriendo el centro histórico de La Habana…
La belleza de esta ciudad invita a caminar. Me doy cuenta que el mejor punto de partida es el Paseo del Prado, donde se encuentra el Capitolio Nacional, edificio que fue construido en 1929 para alojar al Senado y la Cámara de Representantes. “Es una réplica del Capitolio que hay en Washington –me explica Alexis, un joven maestro de Educación Física–; en su interior está la estatua de la República, representada por la diosa griega Palas Atenea”.
Me siento en las gradas y pienso; pienso y reflexiono que, por encima de posiciones políticas nadie puede negar la belleza de La Habana, una ciudad que vive de sus recuerdos, y que son sus recuerdos los que le dan vida, tal y como lo señalé al principio.
Aquí perduran sus símbolos, iconos y fantasmas, como el de Ernest Hemingway o el del Che Guevara, dibujados en sus paredes o deambulando en sus bares y restaurantes, donde no falta un viejo que diga haberlos visto o conocido.
Las deslavadas paredes de grandes palacetes, mudos testigos de una época que no volverá, acompañan al viajero y lo remontan a otro tiempo; a días cargados de historias y de leyendas que dan forma y contexto a esta ciudad marcada por la nostalgia, la poesía, el buen ron, la trova y el alegre ritmo de su música.
Caminar por la Vieja Habana es vivir un ambiente especial de fiesta. Aquí propios y extraños hacen suyo el sabor, el color, pero sobre todo el ritmo de la salsa y el bolero que ameniza el transito de los visitantes y la comida de los comensales en los distintos restaurantes.
El reto fue grande. Recorrer La Habana a pie, como se debe, para conocer lugares y personas; monumentos y edificios; restaurantes y tiendas y, también, claro, bares.
“¿No me puedes regalar cinco CUC´s para comprarle leche a mi bebé?”, pregunta Alexis. No pude negarme. Vi su necesidad…una necesidad quizás tan grande como la mia.
Por la noche, mi patrón me invitó a un lujoso cabaret que se ubica en el Hotel Nacional –uno de los mejores establecimientos de La Habana–. Le llaman “Parisien”… El mejor espectáculo de noche; dos horas de puro show cubano; por mucho, mejor que el tal Tropicana, que solo es puro nombre. Majestuoso vestuario, magnificas coreografías y entrega total de bailarines, muy amables en el servicio. Segunda parte del espectáculo muy divertida, como especie de escuela de baile.
El regreso al hotel ocurrió al filo de la medianoche… Una jornada de intensas emociones, de experiencias imborrables, de música y ron y de muchas otras cosas más.
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