El bullicio crece… y la paz se apaga poco a poco.
IXTLÁN DEL RÍO.
En Ixtlán del Río, la contaminación auditiva se ha convertido en una sombra constante. Un ruido que no se ve, pero que lastima los oídos y roba la calma.
Por las mañanas, el sonido metálico de los altavoces ambulantes anuncia el gas, los tamales, el pan o cualquier producto que se ofrezca al paso. Pero el volumen es tan alto que rompe la tranquilidad de los hogares.

A cualquier hora, las bocinas se encienden. En el centro, donde las calles son más cerradas, los ecos se multiplican y el bullicio se vuelve insoportable.
Y si eso no fuera suficiente, ahora son frecuentes los automóviles y motocicletas que circulan con sonidos estruendosos, con música que vibra y motores que rugen sin control. Algunos lo llaman diversión. Otros, simple falta de respeto.
Vecinos del primer cuadro han denunciado esta situación, cansados de soportar ese ruido que no cesa ni de día ni de noche.
Dicen que los decibeles superan lo permitido, y que las autoridades deben intervenir antes de que la paz del pueblo se pierda por completo.
La contaminación auditiva no deja huellas visibles, pero erosiona el ánimo. Genera estrés, irritación y fatiga.
En un municipio que presume de su serenidad y calidez, el exceso de ruido se siente como una grieta que rompe el alma colectiva.
Quizá haya llegado el momento de bajar el volumen. De volver a escuchar lo que antes sonaba mejor: el canto de los pájaros, las risas de los niños, el silencio amable de la tarde. Porque el ruido no solo perturba… también nos aleja de nosotros mismos.






















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