Entre la hojarasca de los árboles se perdió una bolsa de papas fritas que un chamaco de la secundaria acaba de tirar en la plaza principal de Ahuacatlán. No muy lejos de ahí, alcancé a divisar a Naro, impávido y ensimismado ante el agua que salía de la manguera que él mismo sostenía para regar el jardín.
¿Qué sentirá nuestro barrendero municipal al ver su trabajo estropeado?, me pregunté, mientras aún estaba sentado en la banca. Sin pensarlo, me lancé de prisa para acatarrarlo de preguntas y recoger la historia de este personaje al que pareciera que el transcurrir de la gente no lo perturba.
A leguas se le notaba su abultado pelo y bigote cano. Ya de cerca un rostro agrietado por el duro trabajo que a diario hace bajo el sol. Brazos firmes y dientes diametralmente endebles y sucios. La transpiración era obvia; y no es para menos, pasar ocho horas moviendo la escoba puede más que un baño sauna.
Genaro Balderas Martínez es su nombre completo. Con 53 años de vida y 20 de ellos dedicado casi exclusivamente a mantener limpio el centro histórico de Ahuacatlán. Muy de madrugada empieza Naro su faena. Una escoba y un tambo de basura que con el paso del tiempo pesan más lo acompañan. Empieza barriendo la explanada de la presidencia, por la calle Hidalgo; le sigue la Aldama y la 20 Noviembre; la Libertad y la Oaxaca; La Allende… Luego se pasa al Jardín Prisciliano Sánchez a darle su “manita de gato”. Descansa un poco y vuelve a la plaza a regar el pasto, las flores, los árboles. Todos los días del año se repite la historia.
– Oye Naro y ¿estás sindicalizado?, le interrogo con mucho afán.
– Sí, pero no estoy registrado, me responde.
La cuestión me toma un par de minutos entenderla por la inquietud que a veces me provoca ver a ciertos empleados de gobierno que sí trabajan, como Naro, respecto a otros que gozan de muchos privilegios que no merecen.
El buen Naro no para de sonreír ni cuando recuerda la muerte de sus padres, hace ya tiempo. Su papá, Narciso Balderas Gaona, originario de Zacatecas, y su mamá, Ignacia Martínez Reyes, de Michoacán, se asentaron en estas tierras por la prosperidad que en antaño Ahuacatlán tenía. El entrevistado evoca su infancia diciendo que desde entonces ha vivido en El Salto. En la actualidad radica justo a espaldas de la plaza de toros, El Recuerdo, una casa propia que le dejaron sus padres.
No tiene televisión, que tanto le gusta ver por la tardes – noches, pero no la extraña por el momento. En los últimos días, dice, ha tenido que madrugar aún más para recoger la basura con motivo de las fiestas del pueblo. Acaba cansadísimo y apenas le da tiempo para preparar el caldo de pollo que tanto le gusta. Él solo, porque así ha estado casi siempre.
Y digo casi, porque nos confiesa Naro que años atrás se enamoró de una mujer de la Demetrio Vallejo de nombre María Elena González, con quien duró diez meses; tiempo tras el cual ella se fue a vivir a Ixtlán, a donde él le echa sus vueltitas, de vez en cuando.
Atreviéndome ahora a importunar a mi entrevistado, despejé una vieja incógnita que rondaba mi cabeza, pues desde pequeño escuchaba a gente expresiones como “no andar de ‘narote’ o ya lo ‘narotearon’”. Pero no, tal parece que dichas palabras del argot popular no vienen de nada impropio que haya hecho Genaro Balderas. Al contrario, dice él, nunca le ha gustado exhibirse ni tener pleitos con nadie.
Fue entonces cuando viene la pregunta del millón:
– ¿Oye Naro pero no te molesta que la gente tire la basura en tus narices?
– No – dice tajante –. Soy muy tranquilo y nadie me hace enojar.
¡Si seré tonto!, me digo. Si la gente deja de tirar basura para qué queremos a Naro con su escoba y recogedor. Hace bien el buen Naro en no reñir con la gente que gusta de vivir como seguramente tienen su casa.
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