“¡Eran buenas tardes!”. Así ingresaba al grupo de maestría en La Normal Superior de Nayarit, módulo de Ixtlán en las instalaciones de secundaria Amado Nervo. Lo veíamos con tanta simpatía que nos ganaba fácilmente y quietos nos quedábamos los tigres de diferentes territorios docentes.
Todo era alegría en la última clase desde la una y media hasta las tres de la tarde. De temas matemáticos complicados los hacía digeribles y tenía la calidad estratégica de hacernos responsables de aprender. Nos ponía a trabajar, a traficar y entre carcajadas nos llevaba al cumplimento de labores todos los días durante cinco semanas.
Con su maletín, los infaltables anteojos, el bigote y bien vestido; recorría diferentes planteles, porque su pasión, su amor, era ser maestro de maestros, de niños, de jóvenes y de la comunidad dónde estuvo presente con sabiduría, simpatía para inventar las mejores didácticas.
Solamente el amor que el tenía a su esposa e hijos y hermanos lograba superar su misticismo docente o eran parte de un corazón gigante. No recuerdo cuándo lo conocí, entre las nubosidades lo veía jugar fútbol con el equipo de Tetitlán, le decían “El Patitas”, y sabía alentar al compañero de juego, que a veces se le olvidaba que estaba jugando.
Te puede interesar: Relatos de pasión (capítulo CLXXXV).
Estuvo en varias comunidades, y dejó huellas fértiles. Recuerdo que estuvo en El Rosario, un pueblo querido dónde también laboré. Siempre activo, participando en todo. Era un ser de luz indispensable. Nunca me desunió la idea de la política; esos prejuicios inútiles. Lo admiré y lo conocí mucho más cuando fue mi catedrático. Cuando me recibí de la maestría, fue a buscarlo y lo abracé con tanto gusto y agradecido profundamente por su calidad humana.
¡Gracias amigo! ¡Gracias profesor! Gracias Salvador Villanueva Ponce, “Chavita” por hacerme creer en lo hermoso que es ser parte de esta tierra, de esta hermosa profesión, que las cosas bellas están en el alma.
¡Hasta siempre hombre bueno! Siempre te recordaremos.
Discussion about this post