El llanto de mi nieta Ilsy brotó al instante tras conocer la noticia. “Cheis”, su mascota había muerto. Ese mismo sentimiento invadió a mi hija Érika y a Juan, su esposo.
Momentos tensos, de abrazos, de rostros desconsolados, porque no les alcanzó el tiempo para mirarlo por última vez. Habría que enfrentar la realidad con entereza.
La noticia también conmovió sobremanera a mi esposa, a quien se le quebró la voz cuando intercambió las tormentosas palabras vertidas por Érika. Fue tanto el dolor que nadie probó alimentos durante el resto del día.
Perteneciente a la raza “beagle” el Chéis” fue un perro noble, como todos los canes; obediente, cariñoso y fiel; de pelaje negro, blanco y tostado. Cinco años tenía al momento de su muerte.
Ladraba ante cualquier suceso inusual y muchas veces alertó a la familia cuando presentía amenazas.
Fue hace alrededor de 10 días cuando inició el tormento. Todo parecía estar bien. La noche anterior no denotó alteración alguna, pero al amanecer del lunes 14 se empezó a percibir que algo andaba mal. Ni siquiera podía estar en pie. Se quejaba lastimosamente y sus ladridos prácticamente eran imperceptibles.
A partir de ahí mi nieta se mostró pensativa, inquieta y bastante preocupada y no dudaron nada cuando se le condujo ante el veterinario.
Al principio se pensó en algún problema muscular que además le impedía comer. Se le suministraron algunos medicamentos pero El Cheis no mejoró, siendo entonces que se optó por llevarlo a una clínica veterinaria de la capital del estado.
Había que realizarle varios estudios clínicos, por lo que quedó en calidad de internado. Los análisis revelaron que había sido presa de una enfermedad bastante complicada: Muy alto de urea y de creatinina, debilidad, cansancio, apatía, estreñimiento y halitosis, entre otros males.
Érika y Juan, acompañados por Juanito e Ilsy –mis nietos– habían viajado de nuevo a Tepic, con la esperanza de recibir buenas noticias. Era el segundo día de haberse internado, pero al llegar conocieron el infausto suceso. El Cheis había muerto. Una insuficiencia renal y un daño cardiaco marcaron el final de su muy corta existencia.
La familia optó por su incineración. Una pequeña caja de madera resguarda ahora sus cenizas, pero su figura permanecerá por siempre en la mente de quienes habitamos a su lado.
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