Hace algunos años, una joven nativa de Libia viajaba en una grotesca embarcación junto con más inmigrantes por el mar mediterráneo en busca de refugio en Europa. La mujer era viuda como producto de la guerra civil en su país la cual había arrebatado la vida de su esposo. Solo conservaba en su vientre el fruto del amor de su vida, ya con siete meses de gestación.
A pesar de su avanzado estado de embarazo y la peligrosa travesía en la pequeña embarcación sobrecargada y pasados varios días en el mar mediterráneo, logró llegar a costas italianas. Al ser auxiliados por la guardia costera, la mujer se encontraba muy deteriorada de salud. Inmediatamente fue llevada a un hospital, donde se hizo todo lo posible para salvar su vida. Pero a pesar de todo, falleció; solo el niño que llevaba en su vientre pudo salvarse.
Al conocer la noticia un matrimonio de modesto nivel económico, el cual no podía tener hijos, se conmovió del caso y tomaron la decisión de adoptar al niño y darle un hogar y una familia.
La migración durante años ha sido un tema de discordia entre los gobiernos. Personas de países pobres o en vías de desarrollo que buscan emigrar y superarse en países ricos o desarrollados. Los niveles de mortalidad por emigración irregular son alarmantes, grandes cantidades de personas, adultos, jóvenes y niños mueren en el camino o son víctimas de abusos sobrehumanos.
Tras el nacimiento de Jesús, José y María tuvieron que emigrar a Egipto para proteger al niño del imperio Romano. Ahí permanecieron durante años y regresaron hasta que la nación era segura.
Hubo un motivo que los hizo emigrar a otra nación. Así, ahora en día existen motivos por los cuales miles de personas emigran en busca de protección y desarrollo. Dios nos exhorta a no oprimir al extranjero ni pensar mal en contra de él, sino a ser compasivo.
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