“¿Se siente usted nervioso?”, me preguntó la mujer de bata azul. Mentí al responderle que “no”, porque a esas alturas sí me encontraba inquieto, pero traté de disimularlo. Miles de ideas nadaban en mi cabeza y mis tres neuronas amenazaban con atrofiarse.
Habíamos llegado a la UMMA –o clínica 28 del Seguro Social, como también se le conoce– a la hora indicada y con las sugerencias que días antes nos habían proporcionado en el área de Trabajo Social. El momento de la operación había llegado, por mi desviación septal –es decir, de tabique nasal–.
Martes 13 de agosto, fecha de mi cumpleaños, pero un día especial el de este 2019 debido a la cirugía que se me realizó en el mencionado nosocomio.
Entregamos la documentación requerida a la asistente y no tardaron mucho en llamarme. “Francisco Nieves, pase para este lado”, me indicó la misma. A los pocos segundos me detuve en la puerta de acceso. Ratificaron mis datos y enseguida me indicaron que pasara a un cubículo y al mismo tiempo me ordenaron que me despojara de toda mi ropa, no sin antes entregarme una bata verde.
Era ésta la tercera vez que me sometía a una operación, pero a pesar de todo, no me fue fácil acomodarme esa prenda que se debe encascar todo paciente antes de ser hospitalizado o de entrar a quirófano.
A los pocos minutos me vi sentado en un sillón, bastante cómodo por cierto. Dos enfermeras me canalizaron y a los pocos minutos se me acercó la doctora Angélica Vázquez. “Soy su anestesióloga”, me dijo, para luego soltarme una andanada de preguntas que, supongo, respondí con aplomo.
Le expliqué que sería esa la tercera operación en mi vida, que era donador renal y que al parecer soy alérgico al Metamizol, entre otras aclaraciones.
Ahí permanecí por espacio de 20 minutos y no sé si fue el nerviosismo o si me traicionó la próstata, pero creo que fueron al menos tres ocasiones las que fui a orinar, antes de entrar a la sala de operaciones de la UMMA.
Cuando llegó el camillero mis nervios se acrecentaron. Traté de controlarme, Creo que no lo conseguí. Luego fui conducido al quirófano. Ahí estaba ya la doctora Yurilia Sánchez, la otorrinolaringóloga que se hizo cargo de mi cirugía.
En verdad les digo: ¡No supe en qué momento me dormí!… el trabajo de la doctora Vázquez fue excelente y no desperté sino hasta cuando me encontraba en el área de recuperación.
La doctora Yuri –como mejor se le conoce a la mencionada especialista– hizo también una magnífica faena. La septoplastía fue un éxito total, pese a las dificultades que presentaba mi nariz. Con sapiencia y profesionalismo enderezó mi tabique luego de recortar, reubicar y reemplazar cartílagos y hueso.
Después de dos o tres horas y de observar mi recuperación, me ordenaron “el alta”. Pero antes se me entregaron unos documentos con las recomendaciones sugeridas para mejores resultados. “No se exponga al sol ni realice esfuerzos físicos. Estos primeros días postoperatorios debe dormir “medio sentado”, con dos almohadas. No se moje ni maniobre su nariz y tómese los medicamentos como se indican en su receta”, me explicó la doctora Yuri.
La otorrino me dio 30 días de reposo y también me instruyó cómo debería hacerme el cambio de cintas para reducir la inflamación, retirar costras y lubricarme con “Sterimar”.
Ha pasado ya poco más del mes y ¿saben qué?, ¡mucho ha cambiado mi calidad de vida! Ahora puedo respirar por las dos fosas y también puedo dormir hacia ambos lados. Por eso mis respetos y mi reconocimiento a quienes participaron en el protocolo para mi cirugía, al cardiólogo, a los internistas y a las enfermeras, al alergólogo, pero más especialmente al el doctor Ugarte, a la doctora Velázquez y a mi estimadísima doctora Yuri, porque gracias a ustedes ¡Me siento a toda madre!
Discussion about this post