Francisco Javier Nieves Aguilar
Todos los que vivimos en Ahuacatlán –con sus dos templos que se miran de frente uno al otro como escudriñando el paso del tiempo, con su río que parte en dos a la ciudad; amaneceres esplendorosos y ocasos resplandecientes de vivos colores–disfrutamos también de los personajes típicos que cotidianamente vemos, apreciamos y los sentimos muy nuestros; unos vencidos por el tiempo; otros que siguen ahí deambulando por sus calles, alrededor del Parque Morelos o por sus portales…
De entre ellos emerge mágicamente un hombre de tez morena, pelo lacio y chaparrón. A veces lo vemos desplazarse en un triciclo amarillo, pedaleando sin prisas y portando una cachucha. Bromea con sus amigos, con aquellos que encuentra a su paso.
Es el caso de José Cármen Fregoso Mencías, un hombre que sin embargo, no nació en Ahuacatlán, pero que eligió a esta ciudad como su cuna adoptiva; “y aquí quiero morir; porque vivo a gusto, porque aquí tengo a mis amigos y porque quiero mucho a este pueblo”, dice él mismo.
La gente lo identifica mejor bajo el alias de “El Pochole” –dicho con todo respeto—y es oriundo del vecino poblado de Jala, hijo del matrimonio que conformaban los señores Julián Fregoso y Engracia Mencías.
Dice desconocer la fecha de su cumpleaños, pero en su credencial de elector aparece el 25 de mayo de 1951 como el día de su nacimiento. Tiene pues 59 años de edad.
El mote de “El Pochole” le fue endilgado por un hombre cuya nombre no recuerda. Era todavía un niño cuando se le empezó a conocer con este apodo; “dicen que una vez estaba llorando, que tenía hambre y que le pedí a mi madre un plato de “pochole”, en lugar de decir pozole”, afirma.
José Cármen habita un cuartucho de apenas nueve metros cuadrados, en la colonia El Llano –justamente a espaldas de la unidad deportiva–. La soledad ha sido prácticamente su compañera de toda la vida, aunque alguna vez intentó compartirla con una mujer, “pero no nos entendimos”, señala.
Desde la edad de 10 años se estableció en Ahuacatlán. No le quedó otro remedio. Sus padres ya habían fallecido y trató de “jugarse” la vida en esta ciudad, cobijado por sus padrinos Félix Robles Partida y la maestra Elisa Ibarra, quienes en aquellos tiempos regenteaban el Cine Encanto.
Vendía paletas, tanto en el cine como en la calle, pero también se ofrecía a hacer mandados para ganarse “un veinte o un tostón”. Actualmente sigue con el mismo tenor. Ya no vende esas lengüetillas de helado, pero continúa haciendo mandados para ganarse el sustento.
Tiene dos hermanos; Pilar vive en Jala, y Raúl en Estados Unidos, pero de ninguno de los dos recibe algún tipo de apoyo; “¡Y ni los necesito!”, afirma con resentimiento; esto es a pesar de sus múltiples carencias.
Con los ahorros de toda su vida logró adquirir un lote en la colonia El Llano; y también con muchos esfuerzos pudo fincar ese cuartucho de nueve metros cuadrados.
Ni siquiera cuenta con luz eléctrica. Se aluza con un diminuto foquito tipo navideño que conecta a una batería de carro que recarga semana tras semana. Televisión, ni pensarlo; apenas sí se entretiene con un vetusto radio, ahí en medio de su soledad, a orillas del pueblo.
Huevos o frijoles y una o dos tortillas conforman su desayuno que él mismo cocina en una rústica hornilla hecha con sus manos, al ras del suelo y al pie de su casa; aunque a veces se compra dos o tres trozos de chicharrones “para darle un poquito de sabor a estos alimentos”. La mayoría de las veces come sopa de fideos, un chile macho y, “allá a las cansadas” algún pedazo de carne. La cena se compone de tan solo un vaso de canela y algunas galletillas. Es todo lo que baile en su estómago.
Tose mucho. Parece que su expectoración es delicada. Algo fuerte se escucha en sus pulmones; esto es quizás debido a las secuelas que le dejó el humo del cigarro. Era un fumador empedernido, pero desde hace tiempo que dejó el tabaco.
José Carmen no conoce los borlotes de la navidad ni de año nuevo. Esas fechas para él son como cualquiera de otras. Los dos festejos pasan desapercibidos. Siempre se la pasa solo. Nadie lo visita. Duerme en un camastro desvencijado y se cubre del frío con una raída frazada.
Mientras nos enseña parte de su jacal, José Cármen Fregoso afirma que, cuando fallezca desea ser sepultado en Ahuacatlán; “Aquí me quiero quedar”, insiste.
Incluso y previendo su futuro, adquirió un seguro para gastos funerarios. El ayuntamiento de Ahuacatlán le donó un lote en el panteón. “El Pochole” reacciona, “¡Pero no creas que tengo ganas de morirme eh!, ¡Quiero vivir mucho tiempo!”, exclama; y para desviar el curso de la plática apunta con su índice derecho hacia su triciclo que mantiene estacionado junto a la puerta; “¡Ahí está mi Ferrari!, ¡Es el que me hace fuerte!”, subraya, antes de despedirnos.
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