Omar G. Nieves
Ayer salió el sol a eso de las seis de la mañana, pero en esta ciudad el ambiente social no era el de un lunes, más bien parecía un fin de semana de descanso, o de fiesta, de mucha fiesta.
Las instituciones educativas y gubernamentales no abrieron sus puertas, pero en cambio bares y cantinas sí recibían a los parroquianos que iban y venían a cargar bebidas etílicas, o bien, a vaciarlas ya depuradas en algún sanitario, previa cola para turno.
En el centro no hubo la concurrencia de otros años, pero igual se veía la gente contenta, departiendo con familiares y amigos. Era mediodía y muchos apenas resistían los rayos del sol. Como si fueran vampiros tratábanse de ocultar tras la sombra, con anteojos negros y grandes, empanzándose la cerveza del repuesto o de “la cura”. Otros más listos – o pudientes – acudieron a las marisquerías o al menudo del mercado muy temprano.
Pasó la peregrinación de los barrios, de los hijos ausentes y los grupos parroquiales. Luego se comenzaron a arremolinar en los pasillos del palacio municipal. Pedían boletos para la corrida de toros. ¡Ah cómo se extrañó el transcurrir de gentes hacia El Recuerdo!
Por la noche decenas de corros hacían su propio festín. En mayor o menor forma todos disfrutaron de la feria. Es claro, siempre habrá quien le sonría más a la vida, quien aproveche mejor la oportunidad de convivir felizmente con amigos y familiares. Aquellos que con un simple papelillo de confenti hacen un festival, y aquellos que con un tronido de cohete hacen un refunfuño cual chiquillo mimado de cinco años.
De eventos culturales y bailes ni el comité desconoce que fueron insuficientes. Pero eso es harina de otro costal, que tal vez abordemos en otra ocasión.
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