Y entonces preguntaron: ¿Dónde está mi lote?
Omar G. Nieves
Acordamos asumir el rol que por generaciones ha seguido la mujer y el hombre en las pequeñas comunidades; donde una se ocupa de las tareas domésticas, y el otro se aplica a las faenas que requieren de un mayor esfuerzo físico. Así, las compañeras prepararían la comida: las salsas, el guacamole, los frijoles charros, los quesos, las tortillas a mano, las aguas frescas; en tanto que nosotros desmontaríamos el área poblada de arbustos, donde se haría la convivencia.
Ese día, el viernes pasado, nos concentramos en el extremo norte de la avenida 20 de noviembre, justo al pie del volcán. Eran las diez de la mañana y en Ahuacatlán a penas penetraban los primeros rayos de sol, tras una fuerte lluvia que mantuvo el cielo nublado hasta esa hora. Este fenómeno, junto con el suelo arenoso donde nos encontrábamos, provocó un calor tropical – tipo sauna – que se antojaba como para subir la montaña y empapar nuestras ropas con nuestro propio sudor.
No fue necesario escalar El Ceboruco para transpirar. Después de ubicarnos en lo que hasta hoy es el acceso principal, y explicarles a los compañeros por dónde se abrirán las nuevas vialidades del futuro fraccionamiento, la caminata fue larga, muy larga.
Muchos preguntaban dónde quedaría su lote, dónde levantarían su casita con la que siempre han soñado, con la que se resolvería su mortificación de cada mes de alquiler; donde se asentará el patrimonio familiar, la herencia de sus hijos, la seguridad económica y la estabilidad emocional que te da el tener un hogar propio.
– “Díganme dónde me toca, para ir limpiando y plantar aunque sea unos arbolitos, y cuando me venga a vivir, ya ‘haiga’ algo de sombra”. Inquirió una señora.
– “No, mejor hay que sembrar todo el terreno de jamaica, cacahuate o maíz para lo que ocupemos más adelante”. Propuso un campesino.
– “Que maíz ni que nada” – replicó otro –. “Hay que sembrarlo de mota, que al cabo el terreno es del Iprovinay, que a ellos se los lleven al bote”.
Imposibilitados para señalarles la ubicación de su lote, les indicamos dónde están – a ojo de buen cubero – el área verde y la reservada para donación.
En el primer caso la zona se sitúa al final del predio, por donde pasa un antiguo arroyo que a veces lleva un poco de agua.
– “Aquí vamos a hacer una represa que sirva como chapoteadero para los niños”, dijeron los compañeros.
En el segundo caso les preguntamos si querían un templo o un casino, tanteando la propensión que tendría nuestra organización hacia lo bueno o lo profano.
La respuesta fue tan unánime como satisfactoria: — “Que el templo lo construyan los pecadores, nosotros levantaremos el casino”.
Encontramos el guamúchil más frondoso y el que más sombra daba. Rápidamente se bajaron las sillas de la camioneta, se puso el asador, y las mujeres – quienes ya llevaban todo preparado – se sentaron a descansar; mientras que los hombres que llevaban la herramienta agrícola tumbaron en un dos por tres los güizaches que estorbaban. De ahí comenzaron las bromas, el intercambio de anhelos, de esperanzas; la contemplación del bello paisaje que nos espera entre El Ceboruco y la sierra de pajaritos; ahí donde el viento se arremolina y se va impetuosamente; sobre todo en octubre, cuando la luna es más resplandeciente; cuando los Vientos de Octubre cumplirán un año más en la lucha.
El tiempo está a nuestro favor.
Discussion about this post