Para mañana Donald Trump se convertirá en el presidente número 45 de los Estados Unidos de América arribando al poder con el nivel más bajo de popularidad que se tenga registro. Lo hará teniendo 70 años de edad, lo que implica que la máxima potencia del mundo estará representada y dirigida por un viejo decrépito cuyo mejor aliado será Vladimir Putin y las mujeres más diestras en el oficio más antiguo de mundo.
Es innegable que el presidente de Rusia como ex agente de la KGB y un destacado militar tenga la suficiente astucia para infiltrar a sus agentes en territorio gringo; pero tal vez ninguno de ellos pudiera haber tenido esos dotes para quebrantar la seguridad que rodea al magnate y llegar a lo más íntimo de su insigne bisoñé pelos de elote. Esa proeza está reservada a esas damas que a lo largo de la historia han sabido despelucar a hombres como Sansón. Mujeres del tacón dorado que pueden llegar a cambiar el rumbo de los acontecimientos con su melosidad y otras cosas harto conocidas por hombres dados a la lascivia o concupiscencia.
Tal vez fue esa debilidad y los arrebatos impulsivos de Trump lo que llevaron a Putin a pensar que la mejor estrategia para vencer y ganar la confianza de su enemigo era mandar a unas rubias bien entrenadas en el arte del kamasutra. Como sea, no solo logró su cometido, sino que ahora parece que formará un bloque político para asequirse de la hegemonía global que quedará a reserva de lo que los maestres de la Seguridad Nacional de EE.UU. decidan. Son ellos, quienes al final dirán si, como ocurrió con John F. Kennedy, es conveniente que uno de los suyos contribuya a fortalecer en cierta medida la fuerza que ya de por sí tiene Rusia, China, Corea del Norte, Irán y otros países que nunca han visto con buenos ojos a los anglosajones de américa.
En efecto, por encima de todo, incluso del presidente de los Estados Unidos de América, están quienes protegen la seguridad nacional con el armamento y la tecnología más sofisticada del mundo.
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