Luego de asistir el pasado sábado al festejo que la Fiscalía de Justicia les ofreció a los periodistas, regresamos de inmediato a Ahuacatlán con el fin de estar presente en la inauguración del tianguis del juguete.
Caminábamos por la zona centro cuando en eso pasamos por un establecimiento comercial donde se exhibe un arbolito de Navidad muy llamativo.
Hubo un momento en que me dediqué a observar ese arbusto artificial propio de la época; pero a mí más me atrajo fue una cintilla dorada. Fue entonces que recordé aquel cuento de las arañas.
A propósito, ¿Saben ustedes donde viven las arañas? Viven en todos los rinconcitos, especialmente oscuros, y son muy curiosas. Les gusta conocer y enterarse de todo lo que pasa en las casas.
Bueno, pues resulta que una vez, en una casa, la mamá, el papá y su hija se pusieron a limpiar muy, pero muy bien hasta el último rinconcito de la sala. Con plumeros, escobas y hasta franelas pasaron por todos lados. Tris tras, tris, tras, la mamá pasaba la escoba que parecía bailar con ella. El papá la ayudaba corriendo todos los muebles para que no quedara ni una pelusita escondida.
La nena de la casa que no tenía mucha fuerza pero sí muy buena voluntad pasaba un plumero por todos los muebles y preguntaba a sus papis continuamente:
- ¿Está bien así papi? ¿El Niño Jesús se pondrá contento mami?
Bueno la cuestión era que no habían dejado ni una telaraña, ni una arañita chiquitita se había podido quedar en esa habitación. Eran los días previos a la Navidad.
¿Saben? El árbol estaba ya bien adornado con sus velas, sus esferas brillantes, sus moños dorados y muchos juguetes chiquititos. Era de verdad un árbol hermoso, ¡Muy hermoso! Estaba solitario en el gran salón con las puertas bien cerradas para que nada de polvillo pudiera entrar a ensuciarlo.
La nena de la casa invitaba a todos a ver el árbol; a sus amiguitos del barrio, a los abuelos por teléfono para que no dejaran de llegar temprano para mirarlo mejor, al gato de la casa, que como era muy travieso tuvo que tenerlo bien agarradito para que no intentara subirse hasta la rama más alta y, ¿Saben qué? Unos pequeños ratones que vivían en la casa también se habían acercado para admirar el árbol.
Las arañas, que como ya les dije eran muy curiosas, estaban desesperadas, y hasta casi enojadas porque no podían acercarse. Entonces se reunieron y decidieron rezarle a Diosito y le dijeron:
- Querido Diosito, todo el mundo en la casa ha visto el árbol de Navidad que está adornando la sala para festejar el nacimiento de tu hijo. Pero a nosotras no nos dejan entrar y no lo podremos ver. Tu sabes que somos, que no salimos nunca, que nos gustan las cosas bonitas; pero han hecho una gran limpieza y ¡Nos han echado!; ¡No podremos ver el árbol! ¡No lo podremos ver!
Entonces Dios que es tan bueno y escucha los pedidos de todos, les dijo:
- Bueno, yo estoy tan contento que las voy a dejar entrar a ver el árbol. Nadie se dará cuenta por la mañana que ustedes han estado, porque en Navidad todo puede transformarse si de verdad lo deseamos. Pero eso sí, tienen que esperar que todos se vayan a dormir.
Y así esa noche, cuando todos en la casa se saludaron para ir a dormir, las arañitas fueron bajando de sus escondites, despacito, despacito y con mucho cuidado entraron a la sala.
Estaban todas las arañas de la casa, corrieron por el suelo y llegaron hasta el pie del árbol y entonces también despacito, despacito fueron trepando de rama en rama hasta llegar a lo más alto; ¡Estaban tan contentas y encontraban el árbol tan bonito! Arriba, abajo, en la punta de las ramas, en el tronco, en las esferas brillantes, en los juguetes, despacito, despacito, despacito, pasaban las arañas y a su paso iban dejando un delgado hilo brillante, como de oro, lo cual hacía que el árbol se viera aún más hermoso.
Estuvieron allí hasta que lo hubieron visto todo, todo, todo, ¡Todo!
Y entonces, se volvieron a sus casitas muy contentas, tan contentas, pero ¡Tan contentas!
Por la mañana, cuando la nena de la casa se despertó, fue a ver al árbol, y con mucha alegría corrió a buscar a sus papis, al gato de la casa y con tanto barullo hasta los ratoncitos se asomaron sin que nadie los notara para ver la transformación del árbol. Desde entonces siempre se colocan hilos dorados en el árbol de navidad.
Igual que los hilos de las arañas, podremos transformar aquellas actitudes, pensamientos y obras feas que tenemos o hacemos a diario si de verdad queremos que eso pase. Y esperar a Jesús con todos los brillos y la alegría que él se merece.
Jesús llega una vez más como un regalo de Dios a nosotros. No nos olvidemos de cuidar y disfrutar mucho de este maravilloso regalo. ¡FELIZ NAVIDAD Y MIS MEJORES DESEOS PARA TODOS!
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