POR: EL PENSADOR NAYARITA
Iniciaré mi narración recordando la nota publicada el dio 22 de mayo del 2014 por mi estimado amigo Nieves en la que nos narra recuerdos de nuestra gente de Ahuacatlán, mismos que nos hacen viajar en el tiempo y remontarnos a esos días en los que todo era sano; nada de tablets, nada de internet. Solo juegos sanos y las muy de moda películas de los hermanos Almada, las cuales pasaban por la cadena Telemundo – que en ese tiempo, no se cómo, pero se veía, y no pagabas.
En fin, juegos en los que todos participábamos en bola, a las escondidas, al cero por chapucero, al colazo, y otras mas osados que incluso jugaban a colgarse de los carros – de los pocos – que pasaban por la calle.
Recuerdo también que en aquellos tiempos, un pasatiempo muy frecuente era el de elaborar avioncitos con las hojas y cañejotes de la milpa seca, los cuales sujetaba uno con sendas espinas de huizache, en los que en los potreros de riego los únicos juguetes eran las hojas moradas de las pencas del plátano que llamábamos costillón, los cuales dejábamos sobre el canal de riego que llevaba el agua hacia los cultivos.
Nuestra imaginación nos hacía incluso realizar con lodo improvisados puertos y casitas con palitos… pura diversión sana pues.
Llegaba el domingo y muchas ocasiones los niños nos poníamos a jugar “al beis” con los mayores, a quienes cariñosamente apodábamos “los chorizos”. Era un partido muy peculiar ya que entre el equipo de los chorizos jugaban “Millo” Rivera, “el joli” – estos dos últimos que en paz descansen – Chico Hernández, “El meme”, “Calles”; y entre los menores nos encontrábamos para palomilla como “El pollo”, Horacio “El camay” y “El Pepe”.
En algunas ocasiones nos acompañó “Juancho” Ibáñez, su servidor y otros tantos a los que de momento no recuerdo.
El partido se llevaba en el terreno que ahora ocupa el fraccionamiento Las Huertas, en ese entonces baldío. Pero en fin, ese partido nos sacaba mucha risa a todos porque los jóvenes llegábamos a la base, corríamos rápido y hasta nos barríamos… Bueno, los grandes también, y como era normal muchos dábamos el porrazo frecuentemente y pues era algo que nos divertía mucho a todos, a grandes y a chicos.
Al terminar, cada quien para su casa, no sin antes beber agua de la llave que estaba en la esquina del depósito “El pinito”, que era lo que hoy separa las calles Morelos e Hidalgo, en mi querido barrio de La Presa.
Hago mención en el párrafo anterior a varias personas, algunas de las cuales ya fallecieron; pero lo hago de manera respetuosa, no con el fin de burla, ni mofa, simplemente las menciono debido al gran cariño que les tengo y espero que con esta pobre narración no se sientan ofendidos.
No todo era felicidad; también había qué trabajar en el campo. Había que ordeñar las vacas a diario, mañana y tarde; darles de comer y luego irte en vacaciones y en tiempo de aguas a tirar químico a la milpa. Y cuando llegaba la hora de la comida, lo que llevaras te sabía a gloria, ya que ponías la lumbre y esperabas las brazas para poder calentar tu comida…
Muchas veces eran tacos de frijoles que, doraditos y calientitos y lejos de tu casa, te sabían al mejor de los manjares.
Sin duda alguna este tipo de trabajos y la diversión tan sana que hemos tenido, nos han ayudado a forjarnos como personas. En esta época tan cruel en la que a diario vemos cosas desagradables por televisión, por internet, y por todos los medios, nos asusta en realidad vivir en el mundo en que vivimos…
Muchas veces queremos darle todo a nuestros hijos… queremos que ellos no tengan las carencias que nosotros tuvimos” y la mayoría de las veces solo les estamos haciendo daño… lo único que nunca debemos limitarle a nuestros hijos es los valores que esos bellos tiempos y esas bellas personas nos enseñaron.
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