■ ESE DÍA QUEDE COMO EL CABALLO BLANCO, NO HABIA LEY DE PROTECCION A LAS NIÑAS Y NIÑOS…
Nací en el año en que a mi querido pueblo le pusieron apellido, ya que al pasar el entonces Territorio de Tepic a la Categoría de Estado Libre y Soberano, mi terruño simplemente se considera como Ixtlán y es hasta en 1941 que por Decreto, se le agrega, “del Río”.
Mi padre que era viudo ya casi pisaba los 50 años de edad y mi madre los 23 cuando me concibieron. Así que la naturaleza fue benévola conmigo ya que seleccionó el espermatozoide menos peor para engendrarme, y si a eso le agregamos que las embarazadas no tomaban acido fólico, creo que es un milagro mi llegada al mundo, aunque con muchos defectos físicos y enfermedades que a temprana edad se manifestaron.
Pero bueno, aquí estoy; aunque a mis años aún no entiendo cual es mi misión en el planeta, pues soy un remedo de muchas cosas y transitaré sin pena ni gloria.
Mi padre, con su anterior matrimonio procreó una hija; así que con la nueva familia, yo era su primogénito. Algo muy especial en los padres de su época.
Mi madre, por coincidencia nace un mes antes de la creación de Nuestro Estado de Nayarit, al igual que a mis hermanos, me amó mucho y yo a ella, aun la recuerdo. Sin duda los primeros años de mi vida fueron solo mimos, pero cuando uno empieza a tener conciencia de lo que pasa en nuestro derredor, los recuerdos se tatúan en nuestra mente.
Leonor, mi madre como dije, no tengo duda nos amó mucho, pero su manera de educarnos era muy peculiar, su carácter muy variable. Imagino que ahora se le consideraría como bipolar. Siempre lo he aseverado, se debía sin duda a que venía arrastrando el maltrato que de niña le propinaba su pinche padrastro, al igual que a mi abuela. En ese tiempo en mi pueblo no eran comunes los psicólogos, pero conociendo el carácter de mi madre, seguro estoy que no hubiera aceptado la ayuda. Los habría mandado por un tubo.
Yo tenía seis años de edad, mi madre estaba embarazada de mi hermana y yo no sabía amarrarme las agujetas de los zapatos; y claro, ella ya estaba enfadada de hacerlo a diario por la dificultad que representaba agacharse. Así que empezó a reprenderme como sabía hacerlo, a insultos.
Yo lloraba y le respondía que no podía, así que utilizó el método que se la daba muy bien: con cinto en mano para obligarme a que la obedeciera me suelta dos o tres cintarazos sobre mi escuálido esqueleto. Salí corriendo veloz de casa supongo que descalzo.
Del callejón Jiménez donde vivíamos, di vuelta por Allende hasta la plaza; calle Juárez por donde estaban las cantinas el Cairo, el ranchito, el cine, unos billares, y ella con su panzota detrás de mi gritando: “agárrenlo, agárrenlo”. Claro, iba encabritada. Algunas personas abogaban en mi defensa, pero ella como Salinas de Gortari, ni los miraba ni los oía.
Llegué a la paletería de mi padrino Chon Machuca que estaba ubicada en la esquina de Juárez y Madero, donde hoy está una marisquería y uno de los trabajadores la reprendió por el modo de tratarme; pero ella con su característica respondió: “Es mi hijo y puedo hacer con él lo que quiera” – agregó otros improperios que Clasificación “A” no puede reproducir – y ya para atraparme, continué por la calle Madero, hasta que un acomedido de los que nunca faltan me atrapó, y en esa forma mi encabritada madre me llevó a casa con severas palabras y jalones. Yo iba como el caballo blanco hasta con el hocico sangrado.
Ahora me pregunto: ¿Dónde ingados estaban la ley de protección a las niñas y niños y la Comisión del los Derechos Humanos?
Al llegar a casa, en castigo me amarró de la pata de la cama como a un perrito. Me sentí humillado y me negué a comer en esa situación. Así permanecí hasta que al oscurecer llegó mi padre y me rescató.
No sé qué discutieron, pero ese día concilié el sueño entre sollozos y el apapacho de mi padre. Después de esa fecha, lo zapatos (cuando tenía) y por muchos años fueron mocasines. Confieso que sigo prefirieron ese tipo de calzado, aunque rara vez compro con agujetas.
Así era mi madre. Cuando la hacíamos enojar el castigo era severo, con lo que encontraba a la mano. Sus acciones a veces me hacían dudar de si era su hijo o si era adoptado, llegando a escudriñar en su baúl mi acta de nacimiento.
Pero para mí era algo así como mi héroe, nunca guardé resentimientos, pues desde pequeño yo escuchaba cómo la habían alejado de su padre y sus hermanos; así que yo pese a mi edad la admiraba. Y es que observador que soy, confirmo su bipolaridad, pues a veces era muy mimadora.
Cuando tenía algunos sueños que llamaba premoniciones sobre algo que ella consideraba de riesgo para nosotros, nos hacía muchas recomendaciones extremando precauciones. A mí a veces no me enviaba a la escuela por esa manía de sus presentimientos.
Lo que escribo no es para enjuiciarla ni para sentirme víctima. Es algo que recuerdo como parte de mi existencia y que mi madre, sin duda hizo su mejor esfuerzo por educarme, pensando que era lo adecuado. Además, en su momento – supongo que también a mis hermanos – los dos nos explayamos y nos perdonamos mutuamente. La sigo amando, y estos y muchos recuerdos, entre ellos tantísimos muy agradables y felices a veces los saco a flote.
Algo he leído sobre Hoponopono, una técnica o arte hawaiano que entre otras cosas nos dice que la mayoría de nuestras memorias vienen de nuestros ancestros, información, programas, memorias que hemos acumulado desde el comienzo de la creación.
Hay una reflexión contenida en la película Matrix: “Si estás ahora aquí no es para escoger, tú ya elegiste. Has venido a intentar comprender por qué elegiste”.
En el pasado en esta cultura, toda la familia tenía que estar presente, y uno a uno iba pidiendo perdón a los otros. Ahora no tenemos que estar en presencia de otros para pedir su perdón o para perdonarlos. Ahora podemos hacerlo desde nuestro hogar. Las memorias están todas dentro de nosotros.
A medida que limpiamos, lo que se borra de nosotros, se borra de ellos sin necesidad de estar en su presencia o de tener que hablar con ellos basta expresar: “Lo siento, perdóname, te amo gracias”. Y al dirigirnos al Creador: “Perdóname, sáname, te amo, gracias”
Sigue latente el amor por mi madre. Por ello tengo gratitud, y como catarsis expreso: “Lo siento, perdóname; te amo gracias”. Sígueme orientando y bendiciendo, pues aun algunos de tus consejos tienen vigencia. Te Amo. escanio7@hotmail.com
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