Omar G. Nieves
Una de las primeras propuestas del gobernador Ney González cuando asumió el cargo fue empatar las elecciones locales con las federales. El mandatario acababa de terminar una campaña desgastante y onerosa, y las fuerzas políticas de la entidad ya estaban otra vez con el brete de los comicios de 2006.
Han pasado cuatro años y medio, y conforme se avecina aquel mismo escenario de dispendio propagandístico, permanece el silencio. Los diputados, a quienes mayormente compete formular este tipo de iniciativas, tampoco han dicho nada.
Pese a todo, se logró un gran avance con la reforma electoral de 2007, la que abrió paso a la elección por voto directo de regidores, recortó los tiempos de campaña, y reguló en gran parte la publicidad electoral en los medios de comunicación.
La homologación de elecciones sigue siendo necesaria por economía procesal, pero sobre todo, porque resultarían ser unas elecciones instructivas, cívicas, excelentes aleccionadoras políticas. Con elecciones articuladas, se crearía una vinculación más estrecha entre ciudadano y partido, entre problemas sociales y programas políticos; si el ciudadano ve pobreza, desempleo y delincuencia en su ciudad, los candidatos locales podrían hablarles de la estrategia nacional que tienen sus partidos para resolverlos, a los ciudadanos se nos abriría un panorama más amplio de los problemas cotidianos de nuestra comunidad. Todo eso, con elecciones empatadas.
Porque, qué pasa cuando se desarrollan las campañas políticas locales; a poco no es común ver el entusiasmo de la gente por los candidatos de su localidad, ver las nobles ilusiones que tienen porque con su triunfo se acaben sus problemas… el desencanto viene cuando éstos políticos llegan al poder y no pueden hacer nada por sus representados. El dilema sigue arriba, en el ámbito nacional; y unos comicios homologados podrían enfocar nuestra atención en eso.
Si además a la uniformidad de elecciones le añadimos la desaparición de partidos en la contienda municipal, o lo que igual, la aprobación de candidaturas independientes a nivel municipal, esta democracia blandengue se fortalecería muchísimo. Tendríamos alcaldes y regidores sin más ataduras políticas que las que el propio ciudadano les imponga. Tendrían la más amplia libertad para comparecer ante las autoridades estatales y federales sin temor a ser discriminados por razón de su filiación partidista.
Podrían establecerse un parlamentarismo municipal donde los regidores electos de acuerdo a un número proporcional de ciudadanos designen al que sería el presidente. Así también el primer edil dejaría ser el jerarca del Ayuntamiento, y de paso, pondríamos a trabajar a los regidores.
La homologación de elecciones podrían resultar excelentes aleccionadoras políticas.
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