Francisco Javier Nieves Aguilar
Cuando el gobernador del estado anunció que se rifaría una casa, mi cabeza empezó a fantasear. Sorbí el vaso de agua, divisé hacia el frente. Traté de distraerme con la música de Poco Locos Show. Conversé animadamente con el Yery. Saludé a quien sabe cuántos periodistas y esperé pacientemente a que se reiniciara el sorteo.
Pantallas LSD, cámaras y grabadoras digitales, alrededor de 20 lap top, estufas, secadoras, un refrigerador, hornos de microondas y otros artículos eléctricos conformaban el paquete de regalos que serían sorteados entre los comunicadores del estado.
A mi me tocó el número 498; y pensaba con ilusión: “Esta vez seguro que regreso a mi casa con una pantalla de plasma o una lap top; o ya de perdis una cámara o grabadora digital; no creo tener tan mala suerte”; pero cuando el gobernador anunció también la rifa de un automóvil y de una casa, mi mente se traspasó a otras dimensiones.
El Yery, Omar y yo habíamos viajado a la capital con la esperanza de ser favorecidos con algún regalo. Le daba vueltas al asunto e imaginaba: “Si me saco el refrigerador cómo demonios voy a cargar con él si no cabe en el Contur. Ah, pero yo creo que una pantalla de plasma sí se puede acomodar en la cajuela”.
Mi mente trabajaba a mil por hora: “¿Y si me toca el refrigerador y Omar una pantalla o la secadora?, ¡Qué bueno! Yery vacilaba diciendo que entonces guardáramos los regalos en la casa que seguro le tocaría a él; y así, todos felices y contentos”.
Pero, ¿Y que tal si me toca el automóvil? –pensaba–. Quizás no hubiese estado mal y ya me imaginaba conduciendo uno de esos vehículos modernos hacia la Playa Los Ayala, junto con la familia; “No suban los pies en los asientos ¿eh?; cierren la puerta con suavidad; no le muevan a esos botones porque se puede desconchinflar”, ¡Ufff!
No paraba de soñar, pensando pues en esa casa donada por el gober: “¿Cuál sería la reacción de mi esposa al comunicarle que yo había sido el afortunado?, ¿Qué impresión le hubiese causado? A lo mejor se desmaya cuando llegue con la buena nueva. Pero, ¿Y si se le sube el azúcar?, su presión arterial se le va a alterar. Ah, nomás la llevo con el doctor Víctor y asunto arreglado”.
En fin. Todas esas ideas se interrumpieron de pronto cuando observé a Sandra Martínez que se dirigía a la pista para continuar con el sorteo.
Estaba seguro que sería favorecido con algo; si no la casa, el auto; y si no una pantalla de plasma o una lap top, o ya de perdis una cámara o grabadora digital como dije antes.
Número tras número fueron desapareciendo los artículos. Los periodistas afortunados regresaban a sus mesas con una sonrisa en sus labios, ¡Y yo nada de nada! Pero faltaba los premios mayores: El auto y la casa. Crucé pies y dedos. Hice changuitos. Apretaba mis dos dientes con fuerza, esperando pues que se anunciara el número 498.
Cuando al fin llegué a mi casa me reconfortó el regalo que por la mañana de ese mismo día me había donado el presidente municipal de Ixtlán, Héctor Javier Sánchez Fletes, quien por cierto, fue el único que se acordó de nosotros –me refiero a los periodistas de la zona sur—al agasajarnos con un delicioso desayuno y una rifa de regalos.
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