Entre el arenal y la tupida maleza arribamos César y yo a orillas del arroyo, cerca del sitio arqueológico recién descubierto. Pensamos que no sería difícil recolectar agualamas; pero ¡Uf!, los escasos árboles que producen esa frutilla se volvieron ojo de hormiga. Regresamos a la casa tristes, mas nunca nos rendidos.
La insistencia fue mucha. Habría que cumplir deseos. Por eso optamos entonces por desplazarnos hacia la zona del Guayabal, sobre las laderas del cerro que se localiza entre el campo cinegético y el arroyo de Los Arcos.
En medio de la pertinaz llovizna traspasamos el cerco de piedra para enseguida internarnos por las agrestes veredas, entre espinas, plantas quemadoras y nopaleras; pero al final de cuentas logramos avistar los dichosos agualamos…
El sudor se mezcló con la llovizna y así, empapados y todo intentamos recolectar la mayor cantidad posible, pero desafortunadamente los resultados no fueron los que esperábamos. Regresamos de nuevo a casa con tan solo un puñado de agualamas que vertimos en un tuperware verde.
Cantidad insuficiente otra vez. Fue entonces que se nos ocurrió acudir a la zona del Sayalero, donde pudimos recoger otro puñado; y así, de parte en parte logramos acumular una buena porción, lo suficiente para satisfacer el paladar de nuestra “Comandante”.
El olor a agualamas invadió no solo esta humilde vivienda ¡sino toda la cuadra!; pero más se acentuó cuando inició su cocción. En un recipiente de peltre se vaciaron las bolitas negras – de un tamaño similar a las canicas -; se les vertió azúcar y piloncillo para iniciar con su cocimiento, a fuego lento para mejores resultados.
Al final, las dichosas agualamas quedaron listas para saborearlas, con leche o simplemente como antojito.
En algunas regiones del país – incluyendo a Nayarit – desconocen este fruto; pero en Ahuacatlán e Ixtlán es muy común. Se trata de unas frutillas cuyo tamaño es similar al de los nanches, solo que en lugar de ser amarillos, su color al madurar es negro.
En otros puntos se les conoce como agüilotes, uvalama e igualama, pero acá en Ahuacatlán e Ixtlán se les llama agualamas y su olor es tan penetrante que se puede percibir a muchos metros a la redonda y generalmente se produce en épocas de lluvias.
Por lo pronto, en un rinconcito de nuestro pequeño frigorífico se encuentra un recipiente repleto de agualamas, cocidas en almíbar, ¿Gustan?
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