Ramón nació pobre. La familia pasaba muchas penumbras para comer. Cuando había algo qué comer, Doña Candelaria – su mamá – solía darle su porción de arroz. Mientras ella pasaba su arroz al plato de Ramón decía: “Cómete este arroz, hijo, yo no tengo hambre”. Aquella fue la primera mentira de doña Cande.
Al crecer, la señora Candelaria renunció a su tiempo libre para pescar en un río cercano. Esperaba que de los peces atrapados, le pudiera dar un alimento más nutritivo para su crecimiento.
Una vez, cuando sólo había pescado dos peces, hizo sopa de pescado. Mientras tomaba la sopa, la señora Cande se sentó al lado de su hijo y comió lo que quedaba en el hueso del pez que Ramoncito había comido. El corazón del muchacho se estremeció al verla. Una vez que le pasó el otro pescado, lo rehusó y dijo: “Cómete el pescado, hijo, a mí en realidad no me gusta el pescado”. Esa fue la segunda mentira de doña Candelaria.
Ramón ingresó a la escuela, y para poder pagar su educación, ella acudió a una fábrica de cerillos para traer a casa algunas cajetillas usadas, las que llenaba con fósforos nuevos. Esto la ayudaba a ganar algún dinero para cubrir sus necesidades.
Una noche de invierno, Ramón se despertó y encontró a su mamá llenando las cajetillas a la luz de una vela. Así que le dijo: “Mamá, vete a dormir; es tarde, puedes seguir trabajando mañana en la mañana”. Doña Candelaria sonrió y dijo: “Vete a dormir, hijo, no estoy cansada”. Esa fue la tercera mentira de la señora.
Cuando tuvo que hacer su examen final, doña Cande acompañó a Ramón. Después del amanecer, ella lo esperó por horas en el calor del día. Cuando sonó la campana, corrió a encontrarse con ella. Lo abrazó y le dio un vaso de té que había preparado en un termo. El té no era tan fuerte como el amor de doña Candelaria. Viéndola cubierta de sudor, de una vez le pasó su vaso y le pidió que tomara ella también. La señora dijo: “Toma tú, hijo, que yo no tengo sed.” Esa fue la cuarta mentira de doña Candelaria.
Tras la muerte de su esposo, la señora Cande tuvo que desempeñar el papel de ambos. Mantuvo su empleo anterior; tenía que satisfacer sola las necesidades de su familia.
La situación de la familia se tornó más complicada. Pasaban mucha hambre. Viendo empeorar su condición, un tío de Ramón, muy bondadoso que vivía cerca de su casa, fue a ayudarlos a resolver sus problemas grandes y pequeños.
Sus vecinos vieron que estaban en pobreza y le aconsejaban a doña Candelaria que se volviera a casar. Pero ella rehusó casarse de nuevo diciendo: “No necesito amor”. Esa fue la quinta mentira de la señora Candelaria.
Al terminar sus estudios y obtener un empleo, llegó el tiempo para que ella se jubilara, pero la mujer siguió yendo al mercado cada mañana para vender verduras. Ramón le seguía enviando dinero pero ella era persistente y le regresaba el dinero diciendo: “Tengo suficiente”. Esa fue la sexta mentira de doña Candelaria.
Ramón continuó sus estudios de Maestría a tiempo parcial. Financiado por la corporación para la cual trabajaba, tuvo éxito en sus estudios. Con un gran aumento en su salario, decidió traer a su mamá a disfrutar la vida en la gran ciudad donde él trabajaba, pero ella no quiso molestar a su hijo. Le dijo: “No estoy acostumbrada a vivir en esos sitios”. Esa fue la séptima mentira de doña Cande.
En su vejez, la señora Candelaria fue atacada por el cáncer y tuvo que ser hospitalizada. Como ahora vivía al otro lado del pueblo, Ramón viajó hasta su casa para ver a su mamá, quien se hallaba encamada tras una operación.
La mujer intentó sonreír pero Ramón estaba quebrantado por verla tan delgada y frágil. Pero ella dijo: “No llores hijo, no me duele nada”. Esa fue la octava mentira de doña Cande. A los tres minutos falleció.
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