El de mayor estatura si acaso mediría un metro. El otro seguro apenas si llegaba a los 90 centímetros. Los dos eran casados. Tenían hijos y se habían instalado en el cuartucho de en medio, habitado días antes por doña Pánfila, una viejecita chaparrona y de pelo blanco blanco como la nieve.
Nosotros ocupábamos esa finca gracias a la benevolencia de mi Tío Rafael Nieves, quien la había estado utilizando como bodega para almacenar costales de harina, azúcar y manteca básicamente.
Como dueño de esa casa, fue pues mi tío quien accedió a darles alojamiento a estos dos hombrecitos, quienes, insisto, se instalaron en el cuarto de en medio.
Su presencia de inmediato atrajo la atención de la familia. Mi padre Agapito constantemente platicaba con ellos y mi madre de vez en cuando les llevaba algo de comer.
En el mundo circense se les conocía como “Tortolito” y “Medio Litro”. El primero de ellos era de complexión robusta; el otro era más bien delgaducho y entre ellos había una diferencia en estatura de algunos 10 centímetros. ¡Eran enanos!; y así es como los presentaban en cada función.
Ambos formaban parte del entonces famoso “Circo Unión” y si mal no recuerdo habían llegado a Ahuacatlán a finales del mes de Noviembre, del primer lustro de la década de los 60´s del siglo pasado.
Su carpa la instalaron en la plaza de toros “El Recuerdo” y ahí permanecieron alrededor de 15 días. Antes de que llegara navidad continuarían con su gira, ofreciendo sus funciones circenses en distintos puntos de la república.
Algunos artistas de este Circo traían su propio remolque, el cual utilizaban como habitación y ahí mismo cocinaban; pero “Tortolito” y Medio Litro” pidieron a mi tío les permitiera establecerse ahí con nosotros, y como el cuarto de en medio estaba desocupado, ¡pues ahí se quedaron!
Sus chistes y bromas arrancaban carcajadas a todos… Yo tendría si acaso cinco o seis años, y una vez acudí al circo y me senté en las gradas. Ahí pude presenciar sus “travesuras”. Esa vez – bien lo recuerdo – apareció en el ruedo un hombre fortachón que simulaba levantar unas pesas de 250 kilos.
La gente parecía asombrada cuando en eso apareció “Medio Litro” y recogió las pesas con una sola mano, como si nada, La gente no paraba de reír.
Otra de las atracciones de este circo eran sus leones y elefantes, sus tigres y changuitos, además, claro de sus ocurrentes payasitos y los trapecistas, pero “Tortolito” y “Medio Litro” se habían ganado de inmediato el cariño de la gente.
Creo que les costaba un poco de trabajo levantarse. A veces los sorprendía roncando recostados en sus catres o leyendo a “Kalimán”.
Una vez “Medio Litro” me pidió que le trajera una caja de cerillos. Corrí a la tienda de la esquina regenteada por María Espinoza – una mujer extremadamente corajuda – pero en el trayecto se me olvidó lo que tenía qué comprar. Llegué con unos cigarros “Faritos” y mi padre me puso una soberana regañiza.
“Tortolito” me jugaba algunas bromas; “¿Qué le vas?, águila o sol; si sale sol yo gano, y si sale águila tu pierdes”. Sobra decir que nunca le gané; pero el recuerdo de ambos enanitos aún perdura en mi mente.
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