En medio de mis lagunas y confusiones mentales aparece de pronto una luz en mi cerebro para transportarme hasta aquel jacalón de la calle Aldama, esquina con Durango, en el barrio de La Presa, frente a la finca que hoy ocupa el doctor Víctor Cervantes.
Sillas o pupitres desvencijados colocados en cuatro filas sobre el galerón de 24 metros cuadrados. En la pared un pizarrón verde evidentemente desgastado. A la izquierda las oficinas de la dirección. “Chuy”, la secretaria tratando de acomodar papeles; y al fondo del corral un árbol de lima real; fruta del tamaño de una toronja o sidra.
Corría el año de 1973 cuando el citado jacalón, propiedad de don Elías Jaime, lo ocupábamos un puñado de jóvenes ansiosos de continuar con nuestros estudios cursando algún bachillerato. Primera semana de septiembre; algunos provenientes de la secundaria federal número 08; otros avalados por la escuela secundaria nocturna profesor Oliverio Vargas. Hombres y mujeres. Doña Cuca Alatorre es la de mayor edad. Le sigue Agustín Arámbul, quien en ese entonces debió andar en los 25 años de edad. Yo recién había cumplido los 15.
No recuerdo cuántos, pero supongo que éramos alrededor de cincuenta estudiantes los que conformamos aquella primera generación de la Preparatoria número 08. Hace ya 43 años; y si mal no recuerdo, fue un 03 de septiembre – de 1973 – cuando recibimos las primeras clases.
El esfuerzo de los profesores Rubén García Hernández, Servando O´connor, así como del presbítero Jesús Meda y del doctor Eugenio Robles, había rendido sus frutos, estableciéndonos pues en aquel jacalón de la calle de Aldama número 163, en el barrio de La Presa.
La autorización provino justamente del entonces Rector de la Universidad Autónoma de Nayarit, Pedro Ponce de León, y el primer director de la Prepa fue el profesor Rubén García, quien le cedió el cargo al doctor Eugenio Robles pasado un mes apenas.
Algunos, para poder captar mejor las clases, nos instalamos en un pequeño corredor, al pie de una ventana. El Padre Güereña, quien nos impartía inglés, “bautizó” a ese espacio como “La Trastienda”. Ahí confluíamos Tarcicio Zavalza, José Rendón – conocidos por todos como “El patabola”, además de Alfredo Ibarra – a quien identificábamos simplemente como “El Loco”.
En los intermedios de las clases solíamos reunirnos en el patio, o en la entrada de la escuela. Bien que recuerdo la capacidad de liderazgo del extinto Ramón Partida – El Zambo – nuestro primer presidente de la sociedad de alumnos. Lo mismo que a Marcos Montero y a Carlos Fránquez, quienes gozaban también de mucha estimación entre los estudiantes.
José Bernal – El Coyote –, muy dado a la chirigota, Saúl Robles, de sólidos principios morales, al igual que Alberto Hernández y Juan Reynoso. Waldo Bernal, inteligente y muy dedicado al estudio, lo mismo que “El Gis” y Leticia Montero.
Paca, su hermana, muy ducha para granjearse amigos, mientras que las hermanas Yolanda y Raquel Hernández irradiaban sencillez por todos lados. Toña Lepe, de conducta retraía, pero muy inteligente. Miguel Rivera, el galán de galanes.
No recuerdo su nombre, pero le decíamos “La Zorra”, y es el que nos alegraba a veces con su guitarra, junto con Memo Torres. Mi hermano Luis Humberto Nieves, pasivo como siempre, pero intuitivo.
Doña Cuca Alatorre, la que a todos aconsejaba. Sus hijos Martha, Beatriz y Francisco también formaron parte de aquella primera generación. También recuerdo a Felipe Bañuelos – dueño hoy de una céntrica paletería, así como a Rosario Figueroa – ex directora de la secundaria federal –.
No puedo dejar de mencionar a mis amigos de Marquezado, Jesús López Herrera, Ignacio Bernal y Álvaro Ibarra Ávila… Filiberto López Preciado también fue miembro de la primera generación, al igual que Carlitos Pérez y Efraín Rodríguez Carrillo, Miguel Durán Montero, Juan Maldonado y Gumercinda Pérez.
También habría que enlistar a Virginia Díaz y a Obdulia Espinoza, a Magdalena Fregoso y a Rubén García, ¡A Duby!, quien también fue secretaria de la Prepa. Gratos recuerdos mantengo de Luz Elena Izar y Teresa Ramos; lo mismo que de Hilda Urciaga y Ana Guerrero, quien por cierto me facilitó las fotos que aparecen adjuntas en este artículo.
Cada que avisto a mi amigo Rosalío Sandoval rememoro la vez aquella en que nuestro profesor de química, José Luis Gutiérrez, le preguntó a éste: “A ver Chalío, ¿qué es el aire?” … “¡Pos el aire”, respondió presuroso nuestro compañero! Todos soltamos la carcajada ante esa ocurrencia.
Dos años pasamos en aquella finca, porque al llegar al tercer grado nos mudamos a las nuevas instalaciones; es decir al nuevo edificio que se construyó en el barrio de El Salto, casi frente a la Huerta de Galván.
¡Parecíamos niños con juguete nuevo!… A nosotros nos tocó estrenar las aulas, los pupitres y pizarrones. Muchas veces aprovechábamos un espacio para caminar hacia el panteón o para recolectar las nueces que caían de los nogales, ahí cerca del cementerio.
No había canchas de fútbol ni de basquetbol. El edificio estaba dividido con un cerco de alambre, y a los lados estaban las parcelas de maíz.
Entonces, sacando cuenta, colegimos que estamos cumpliendo 40 años – más dos meses – de haber egresado de la Prepa 8.
Muchos de los que de ahí egresamos pudimos continuar nuestros estudios profesionales en la Universidad. Otros prefirieron dedicarse a los negocios, pero todos seguimos siendo amigos; se los puedo asegurar.
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