Fue en el 2010; última semana de febrero, bien lo recuerdo. La mujer llegó de improviso. Cargaba un bebé en sus manos y en su cabeza exhibía un turbante floreado. Arrojó un trozo de pan a un perro que merodeaba por ahí y enseguida se sentó en las gradas del Capitolio, allá en La Habana. Trató de entablar un diálogo con dos extranjeros, pero estos casi de inmediato pusieron tierra de por medio.
Yo me había sentado un poco más arriba para divisar el ajetreo del Paseo del Prado, las “guaguas”, los vetustos automóviles y unos artefactos similares a las famosas “calandrias”, típicas de Jalisco.
De pronto volteó hacia mí; sonrió coqueta y lanzó una exclamación: “¡Mexicano!”. “¿Cómo demonios supo mi nacionalidad?, –dije para mis adentros–. No era la primera vez que lo escuchaba. Me sonrojé, pero traté de disimular mi turbación extrayendo de mi bolso la cámara digital.
Instantes después se acercó hacia mí, me preguntó una y mil cosas y yo también lancé mis cuestionamientos. Tenía ansias de aprender la vida y sentimientos de los cubanos. No tardó mucho en soltarla: “¿Por qué no te casas conmigo?”
¡Por poco y me caigo de los escalones!; El colesterol, los triglicéridos y la glucosa seguro se me dispararon al escuchar tan atrevido ofrecimiento. Me quedé mudo. En realidad no supe qué responder, pero casi enseguida me repuse y tomé su propuesta como una simple vacilada. Después supe que muchas mujeres buscan matrimoniarse por una tácita razón: salir del país.
En el lobby del hotel –Copacabana– observé también a algunas cubanas con poses seductivas. Allá las conocen como “jineteras”; pero también es frecuente encontrarlas por el rumbo del malecón o en el supermercado. Las hay de todas edades y razas; morenas o güeras, altas o chaparras; pero la gran mayoría, hay que reconocerlo, poseen un cuerpo escultural.
Es común ver a cubanas casadas con extranjeros que llegan a este país. A simple vista se observa lo atentas que son las nativas con ellos y lo complacidos que éstos se sienten. Para muchas es su puerta de escape; si logran casarse con ellos pueden dejar la isla.
Según los caribeños, muchas de las jineteras son visitadas periódicamente por turistas que llegan a Cuba sólo por ellas.
La prostitución es la vía más fácil de supervivencia, sobre todo para las mujeres; y más para las adolescentes de las provincias pobres, porque llegan a la capital con mucha más necesidad.
Algunos de sus compatriotas las juzgan y otros comprenden el por qué venden su cuerpo por un poco de euros, dólares, Cuc´s o por una ropa con brillo, maquillaje u otro artículo de uso personal.
Durante el día se pasean en las afueras de los hoteles y con mucho coqueteo se insinúan a los hombres. Por las noches se les ve en céntricas barriadas de Miramar, La Quinta Avenida o la salida del túnel de La Habana.
Una señal es suficiente para que la “jinetera”, se acerque al cliente y negocie. En un nuevo sitio comercial del centro de esta ciudad también suelen contonearse.
Algunas de ellas con más experiencia tienen contactos con los mismos guardias de los hoteles e ingresan sin ningún inconveniente acompañadas por sus clientes. Aunque la policía las persigue, ellas les juegan la vuelta.
Se hacen acompañar de chicos a los que se les denomina “chulos”, quienes aparentan ser sus novios y son los que hacen el trato con el turista y con los empleados del hotel. Algunos de sus acompañantes son también “jineteros”.
De que son guapas ¡son guapas!; de que son dueñas de cuerpos atractivos, ni qué dudarlo; pero también me di cuenta que la mujer cubana es única, es trabajadora, luchadora, valiente, tenaz, hogareña, honrada, leal y sobre todo buena madre, mujeres que lo dan todo por una causa justa.
Muchas buscan su libertad, es cierto. Muchas buscan un ingreso extra a través de la prostitución, pero también son muy educadas, conocen mucho de historia, de asuntos económicos. Saben que su situación no es sino resultado del bloqueo económico; por eso siempre ponen en lo alto el estandarte de su patria.
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