Los pueblos chicos, como lo es mi querido Ahuacatlán, tienen la característica de crear personajes para su historia; y no dudo que todos esos seres típicos y populares constituyen, al menos, un pequeño aporte en la definición de nuestro patrimonio sociocultural como pueblo latente y dinámico.
Realmente, la idea de escribir sus hábitos, conductas y características, más que todo, intenta rescatar la fantasía perdida, donde se resume un anecdotario variado, vasto y muy rico. Unos vienen o vinieron de la caridad pública, y otros de su inconmensurable capacidad de sacrificio. Pero todos ellos transitan por estas páginas del recuerdo; Como una vez fueron, ¡Y como siempre serán!
¿Cómo olvidar por ejemplo, al Doctor Zuno, cuyo consultorio estaba ubicado por la calle Hidalgo, a unos cuantos pasos de la Tienda de “Las Delgado”?… Buen médico era; curaba a base de “chochitos”, especialista en Homeopatía. Decían que era primo hermano de la señora María Esther Zuno, esposa del extinto ex presidente de la República, Luís Echeverría Álvarez.
Hombre extravagante. Su consultorio no era muy agradable; sobre todo por el caudal de ratas que por ahí merodeaban. El doctor Zuno las criaba; tenía de todos los tamaños, chicas y grandes. Muy amigo de los perros también. Por las noches iba a las Panadería de “Los Nieves”, y en su trayecto a su casa repartía el pan a cuanto chucho encontraba. Los que los conocimos, lo recordamos con su desaliñado tacuche, sombrero pequeño. Zuno tenía una pequeña imprenta rústica; e incluso llegó a publicar un periódico, similar al que editaba Don Roberto Ponce.
Don Herculano: Las personas mayores que desde hace décadas han habitado a espaldas de la Plaza de Toros lo deben recordar muy bien. Vestía pantalón de manta y camisa del mismo material. Conocía muy bien el campo de herbolaria; y además vendía un tipo de hierbas especial para colchones. Montado en sus burros salía a la calle a ofrecer sus productos; siempre con sus pregones.
“Culano” vivía solo. Tenía la costumbre de ahorrar; pero solo con el propósito de autofestejar su cumpleaños. Días antes de la fecha onomástico se compraba un cambio de ropa, contrataba un mariachi; y en la fecha precisa se ponía de acuerdo con los músicos para que le llevaran “Las mañanitas”, no sin antes surtirse de pan y de chocolate. Esa era su costumbre, cada año.
¿Se acuerdan de “Toñita la Petatera”? Mujer chaparrona, de cuerpo menudo, coquetona la mujer, coquetona. Tenía su domicilio en la calle de Ismael Zúñiga y Allende, por la “Calle nueva”, frente la casona de “Los Montero”, donde se ubica hoy Recaudación de Rentas.
“Toñita la Petatera” usaba un maquillaje especial para embellecer su rostro. Pintaba sus mejillas con polvo de ladrillo; y utilizaba tizne para sus cejas. Algún material rústico debió emplear para su boca roja, roja, roja. Sus exageraciones la hacían objeto de burla; e incluso, hoy en día, no hay mujer que al excederse en su maquillaje sea comparada con la famosa “Toñita”.
Un personaje típico de aquellos tiempos fue sin duda Don Pedrito Gutiérrez, homeópata también. Con su inseparable bordón y sus clásicos lentes, constantemente se veía caminar por la zona donde está situado hoy el Comisariado Ejidal. “¡Hey, Pedrito Gutiérrez!, ¡Apúntale y no le jierres!”, gritaba la gente al verlo.
Esposo de Doña Rocina, don Pedrito Gutiérrez vivía precisamente en medio de las fincas que habitaban Damiana Vázquez y Don Loreto Casas – aquel chofer de diligencias del que hablábamos hace poco -, por la calle Morelos. Buen médico también.
¡Ah!, “¡Julián Pipí!”. Nadie sabe cómo es que fue a parar a Ahuacatlán. Por su condición de indigente las autoridades le facilitaron un cuartucho de la Plaza de Toros, a la altura donde se irgue la silueta de toro, en la esquina de Oaxaca y Morelos. Era un hombre peculiar; extremadamente flojo. Primero movía un pie y le pedía permiso al otro, dicho en sentido figurado.
Comía de lo que le daba la gente. Y hasta eso, era un poco exigente; no aceptaba los tacos de frijoles. Se sentaba en la esquina a ver a qué horas “se dignaban” ayudarlo con un cinco, diez centavos o un veinte del sol. El mote de “Julián Pipí” lo adquirió por su estilo de hablar, pues no podía pronunciar bien las palabras. “¿Dónde naciste?”, le preguntaban. “En pi-pi”, respondía, al no poder decir “Tepic”.
Desde luego, como parte de este folclor se incluye a aquellos que por diversas razones se encontraban privados de sus facultades mentales; como pudiera ser el caso de “Chuy el Loquito”, un hombre sesentón que pese, a todo, no hacía mal a nadie. Siempre agachado, camine y camine por la calle Abasolo, de extremo a extremo. Con las mano hacia atrás, entrelazadas; se agachaba, movía un piedra, luego otra, como buscando algo.
Martina “La loca”, quien vivía en un recodito de la Huerta de Galván también forma parte de la gama de los personajes típico de antaño. Delgadita de figura, chaparrita; vivía sola. Su choza estaba construida a base de barañas y palos.
Con ramas y ropa cubría los cercos, que para ella eran paredes. Acostumbraba acarrear leña del Ataquito y de los cerros que se ubican alrededor del Panteón. Pocos osaban acercársele, pues era una mujer muy agresiva.
Otra mujer que recordamos es Agustina la loca”, cuyo domicilio se asentaba por la calle Miñón, en el Barrio de El Chiquilichi. Más agresiva que Martina, espigada de estatura, fortachona, piel morena obscura, pelo quebrado; usaba trenzas y moño. Al parecer su problema empezó a raíz de fallecimiento de su esposo Toño. y Quizás por eso salía a la calle a gritar con delirio: “¡Toño”…¡Toño!”. Donde quiera lo buscaba, a pesar de que éste ya había fallecido.
Por la calle Cristóbal Colon, en el Barrio de El Salto habitaba una mujer cuyo nombre se inscribía como Teresa, pero todos la conocían como “La Ronca”. Mujer de recio carácter, dedicada a la venta de ropa a domicilio. El mote de “La Ronca” se lo ganó por un defecto en la voz. Cuentan que enronqueció por haber comido guayabitas agrias en tiempo que era presa de una fuerte gripe. Usaba pantalón y un sombrero muy singular.
El buen “Quirino”. ¡Bueno era para cantar!; voz finita, pero bien entonada. Una manada de perros andaba siempre detrás de él; como ocurrió después con el “Escalofrió”, fallecido hace alrededor de seis años. Al llegar la zafra del corte de caña, se empleaba en los trapiches. Casi siempre lo hizo en el “Molino de Lauro Bañuelos”. Era fogonero; y a pesar de su condición humilde, su carácter alegre lo hizo ganar muchos amigos. Quirino fue un personaje típico más de Ahuacatlán.
Y a esta lista hay que sumar también el nombre de Doña Pánfila Vázquez, quien tenía su domicilio por la calle Morelos número 106, junto al Salón Ejidal. Mujer hogareña a quien se le recuerda por su penosa enfermedad que le dañó la nariz. Por sus fosas nasales fluían los gusanos. Bastaba introducir uno de sus dedos para cazar uno, dos, tres o más gusanillos.
Los borrachines de pueblo, nacidos bajo la realidad coetánea de aquellos tiempos y moldeados además por los frecuentes altibajos de su espacio social, aquí se agrupan de pronto, sin invitación previa, únicamente para preservar su identidad en un coro de voces sencillas: José Arciniega, (a) “La Chaira”; Calixtro González; el popular “Chey”, quien por cierto era hermano de Félix González, un hombre que fue Diputado Federal, “El torenco”, Porfirio Sanchez. Todos ellos son los que regenteaban la antigua cantina de “El Sal y vaso”, que atendía Don Manuel Ibarra.
Por otro lado están los casos de algunos que soñaron con ser “autoridad”, como lo fue sin duda alguna el famoso “Güero” Búscala” y del que se cuentan tantas anécdotas. Rogaciano se llamaba y tenía su domicilio allá por el rumbo de la Huerta de Galván.
Aunque nunca incursionó en la política, “El Güero Amado” bien pudo ganar una elección debido a su simpatía. Era el alma de los velorios; agricultor, dicharachero, padre de una extensa familia. Montado en su cuaco alazán lucero regresaba de sus parcelas al rayar el sol, cargando tercios de cañas, las cuales repartía en el camino a cuanto niño encontraba…
Y así, el pueblo de AHUACATLAN, como debe ocurrir con muchas otras localidades de la región, ha engendrado a muchos personajes de este tipo; gentes “folclóricas”, de identidad bien definida.
Lo que aquí se escribe desde luego nos son biografías, pues tal vez nos preocupamos por llegar a conocerlos a fondo. Son más bien semblanzas que nos hablan en forma sencilla y amena de lo que ellos pudieron ofrecer dentro del estrecho medio en el que vivieron. Luego hablaremos de los personajes típicos de Jala y de Ixtlán, los de antaño, y los de ahora, ¿Sale?
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