De haber vivido en 1857 yo habría sido liberal, de eso no tengo duda. La generación de la Constitución del 57 representa, a mi juicio, uno de los momentos cumbre de nuestra historia. Pese a ello he sido siempre muy crítico con la figura de Juárez. Me cuesta trabajo soportar el abuso del bronce y las canonizaciones de asamblea. Su condición de santo patrono de la historia oficial le ha hecho muchísimo daño a don Benito. Más allá del controvertido McLane-Ocampo, del apoyo militar de los Estados Unidos y de su aferre obsesivo al poder (de lo que podríamos pasarnos días hablando) me sorprende la adaptación a posteriori que se ha hecho del mito de Juárez transformándolo en bandera indigenista por su origen, cuando el de Guelatao fue más bien un creyente radical del mestizaje, al que veía como el gran motor de la historia mexicana que acabaría por asimilar y fundir por igual a indígenas y criollos. Al final, la Ley de desamortización de bienes perjudicó tanto al clero católico como a las etnias. En esa ley, para no ir más lejos, está el origen de la guerra del yaqui. Nada más ajeno al juarismo que el neozapatismo de Marcos, aunque la adaptación del mito tienda a colocarlos bajo una misma bandera. En fin, recupero lo que escribí hace unos años:
Francamente me gustaría que la memoria de Juárez dejara de ser una simple perorata de superación personal. Lo único que a medias machacan millones de niños mexicanos en la primaria es que un humilde pastorcito zapoteca llegó ser a presidente de la República. De mucho más no se habla. Repiten su frase y colorín colorado. La historia oficialista ha fallado, pues elevó a Juárez a dogma de fe, centró en él toda la fanfarria y el bronce y lo convirtió en una suerte de tótem incorruptible, negando todos sus errores, cuando para mí lo verdaderamente destacable e irrepetible es la generación liberal de 1857. El único gabinete conformado por hombres austeros y cultos que ha gobernado México. Ojalá celebráramos al mismo nivel a José María Luis Mora, Valentín Gómez Farías, los pioneros del liberalismo, o a Melchor Ocampo, Miguel Lerdo, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Francisco Zarco, Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Payno, Vicente Riva Palacio. Aunque cueste trabajo creerlo, algún día la República fue conducida por escritores, periodistas, científicos y poetas, todos ellos destacadísimos y adelantados a su época. Hoy, cuando el país es gobernado por seres frívolos, ostentosos y groseramente incultos; hoy, mientras vemos a basura humana como Norberto Rivera y Onésimo Cepeda regodearse con los más corruptos de los corruptos, es cuando extrañamos el espíritu de los constitucionalistas de 1857.
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