Traspasamos el cerrito de Cristo Rey en un dos por tres nos internamos por las curvas que conducen hacia La Sidra. La Caravan, aunque viejita, soportó estoicamente el viaje. Por poco y se vuela una puerta, pues no es muy común “correrla” a 25 kilómetros por hora.
Dadas las premuras del tiempo no pudimos abastecernos de alimentos. Ni siquiera una triste naranja o mandarina. Todo fue improviso. Simplemente tomamos ropa y toalla y nos encaminamos hacia este parque acuático al que suelen concurrir muchas personas.
La Sidra: hermoso sitio para la recreación familiar. Ahí se puede despejar fácilmente el estrés, las tensiones. Se olvida uno la rutina para adentrarse en el maravilloso mundo de la naturaleza.
En realidad no necesitamos de la playa para solazarse. Pero en fin; llegamos a ese punto y buscamos el rincón más apropiado para instalarnos. Bajo un frondoso pino pusimos dos mesas.
Observar a los demás paseantes bañarse en los chapoteaderos me provocó unos deseos enormes de “remojarme”, y ahí nomás en “lo bajito”, porque las partes hondas son de muchos riesgos para mi, ¡con eso de que no sé nadar!, pues…
Total, me despojé del pantalón para quedar en short y camiseta y, con cuidado fui caminando por entre el pasto para luego poner el pie izquierdo en la alberca, exclusiva para menores de 6 años. El agua apenas si me llegaba a los tobillos. Luego puse el otro pie, me sostuve del muro de concreto y empecé a caminar por entre el agua…
… El agua sobrepasaba mis rodillas cuando decidí detenerme. Tenía miedo ahogarme, pues sentía que me llegaba hasta el cuello. Ahí me quedé un buen rato.
Con las manos aventaba el agua hacia atrás, imaginando que nadaba en el Golfo de México; y ya después opté por sentarme en el bordo, a un lado de donde se apreciaba la corriente. Desde ese punto divisé a mis nietos Ilsi y Juanito, quienes gozaban de lo lindo, en tanto que Erick traía como locas a su madre y a su tía Anahí.
Pasaba del mediodía cuando escuché el gorgorear de mis “tripas”. ¡Ni qué comer! Por eso, desesperado dirigí mis pasos hacia un puesto donde expenden frutas y diversas burundangas; pero ahí mismo me recomendaron unas tostadas.
Pedí dos, pero antes de empezar a deglutirlas le vacié casi una botella de picante, pensando que eso le daría más sabor. ¡Uf!, ¡Hubieran visto!; en realidad me dieron ganas de aventar las tostadas al mesero o restregárselas al cocinero. Salí de ahí aventando sapos y culebras.
Después regresé al balneario y, desde la sombra avisté a muchos amigos, de Ahuacatlán, de Ixtlán, de Jala. Casi cuatro horas de relax, aunque las tensiones regresaron el domingo con la carga laboral y el deber familiar; más aún con las enfermedades que nos acosan.
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