Corría el verano de 1968 cuando me aventé aquel “panzazo” que me provocó una hernia inguinal. Ocurrió allá en “Los Arcos”. Nueve o 10 años tenía en ese entonces.
Mis amigos y yo nos concentramos en la casa de Chago, ahí por la calle Abasolo del barrio de La Presa. Éramos unos chavalos sin malicia, juguetones y hasta cierto punto traviesos.
Nos enfilamos por el canal para luego ascender entre los huizaches y la nopalera, hasta llegar a “Los Chorros”. Los cuichis se atravesaban a cada rato y, caminando entre las piedras arribamos a “Las Higueras” mientras aspirábamos el olor a agualamas.
Después de casi una hora, nos apersonamos en aquel pozo al que solían acudir no muy pocas personas. Algunas aprovechaban para cortar tunas rojas que pelaban en el arroyo.
Total. Al llegar a Los Arcos nos despojamos de nuestra ropa, camisa, pantalón y calzones; es decir, como Dios nos trajo al mundo.
Martín, Ramón y mi hermano El Charro fueron los primeros en zambullirse entre el agua cafesosa, pero fresca. Con eso nos quitábamos el sudor. Ramón ataba una soga al árbol y emulando a Tarzán se colgaba de ella dando vueltas por encima del charco.
Era muy común subirnos a las piedras para de ahí aventarnos al pozo. Martín y su hermano Chago eran los mejores para los “picados”. Yo nunca aprendí, solo pegaba unos “panzasos” desparramando casi la mitad del agua.
Aquella ocasión, sin embargo, no me fue nada bien, pues, tras un “panzaso” se me formó una bola en la ingle derecha al tiempo que empecé a sentir un dolor intenso.
No supe cómo fue que logré regresar a casa. El dolor me doblaba y en cuanto llegamos, mi hermano le comentó a mi mamá lo que me pasaba, siendo entonces que me llevaron con el doctor Chuy Espinosa.
La clínica del citado galeno se situaba a un costado de la escuela Plan de Ayala. Trini Cuevas era su asistente y fue ahí donde me descubrieron la hernia.
El doctor Espinosa tuvo que anestesiarme para poder regresar mi intestino a su sitio, no sin antes recomendarme que no hiciera ningún esfuerzo y que tratara de estar acostado siempre.
Misión demasiado difícil para un chamaco. Desobedecí; por eso a los pocos días la hernia fue agrandándose y así me mantuve durante poco más de 20 años y no fue sino hasta en mayo de 1987 cuando decidí operarme, aprovechando los beneficios del Seguro Social que se me otorgó, siendo secretario del Ayuntamiento.
La cirugía se realizó en la clínica 1 del Seguro Social en Tepic. Mi anestesiólogo fue un paisano, hijo del famoso Pinocho, menos conocido como Manuel Espinosa, de los músicos más sobresalientes de Ahuacatlán.
Fue aquella la primera intervención quirúrgica que se me hizo, de las cinco que llevo hasta el momento y de las cuales hablaré en otra ocasión.
Discussion about this post