Mi madre apurada y nosotros alborotados; pero siempre esperábamos el 15 de agosto para trasladarnos de Ahuacatlán a Jala y regocijarnos con sus fiestas patronales. Chayo – mi hermana mayor – estaba recién casada y radicaba – y sigue radicando – en este singular rinconcito famoso por sus brujos, sus gigantescos elotes y desde luego sus Santos Médicos. Era pues menester visitarla forzosamente en esta fecha.
Joven aún, la autora de mis días solía “cargar” con todos sus hijos, o por los menos con los más chicos; cinco o seis, mínimo.
Era para mis padres un suplicio reunir el dinero suficiente para pagar el traslado y para comprarnos aunque sea un elote o ya de perdis uno de esos dulces que llaman de “alcanfor” y repartírnoslo en pedazos.
A veces ni siquiera teníamos ropa adecuada para salir. Los pantalones mostraban parches por todos lados y las camisas eran de manta extraída de aquellos costales de purina o de azúcar. Las confeccionaba mi madre con una máquina de coser manual, no de pedal.
Mi padre, lo he dicho en otras ocasiones, era un excelente sastre. Con él acudía lo mismo el albañil que el campesino, el maestro o el empleado público y algunos ricachones del pueblo.
Para tomar “medida” a los pantalones utilizaba una cinta métrica directamente del cuerpo, pero en ocasiones les pedía que dejaran la prenda para después fabricarlo a la semejanza, de acuerdo a los deseos del cliente.
Era común ver ahí en la casa colgados sobre una cuerda los pantalones que utilizaba como “medida”; y al menos en dos ocasiones mis hermanos y yo nos encascamos una de esas prendas para ir a Jala; “pero nos vamos a ir por donde no haya gente”, nos decía mi mamá, previendo pues que fuésemos sorprendidos por el dueño.
Corriendo por las pedregosas callejuelas de Jala, llegábamos a casa de mi hermana Chayo antes del mediodía. Comíamos y luego nos dirigíamos hacia “el centro” para observar los puestos de vendimias, los carruseles, el tiro al blanco y en fin. Nosotros disfrutábamos mucho con esta fiesta, hoy llamada Feria del Elote.
Yo sigo yendo cada año a la Feria; digo, siempre y cuando las condiciones lo permitan; pero esta fecha me recuerda también aquella ocasión en que fui presa de un intenso dolor en la ingle derecha, producto de una hernia que me acosaba desde los 11 años.
Corría el año de 1987, bien lo recuerdo. Yo tenía entonces 29 años, pero desde antes de llegar a Jala me atacaron esas molestias. No podía ni caminar. El dolor me obligaba a doblar mi cuerpo. Con muchísimos trabajos logré llegar a casa de mi hermana y de inmediato pedí una cama para recostarme…
Normalmente yo mismo, utilizando los dedos de mi mano derecha, acomodaba “la bola” que se me formaba en la ingle en su lugar y así desaparecía el dolor; pero aquella vez “las tripas” se encapricharon y se negaban a acomodarse, ¡Estuve al borde una peritonitis!; ¡Por poco y se me necrosa esa parte del intestino! Pensé que no la libraría, pero afortunadamente y después de cientos de intentos logré resolver el problema. Era un 15 de agosto. Medio año después tuve que operarme y la hernia desapareció por completo.
Lo anterior viene a colación ahora por la celebración de la Ferie del Elote, mañana, en Jala. Y bueno, ¡Claro que no hay pretexto para solazarse en éste fecha precisa que marca la culminación de la misma!
Un río de gente es el que habrá de observarse este sábado por las calles y callejuelas. ¿A poco no le apetece un elote?… ¡Pues vámonos a Jala entonces!… ¡Ahí nos vemooooos!!!!
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