En los brazos de Lucy. Tranquila. En paz. Así fue como doña Bertha Miramontes partió de este mundo.
Su nombre verdadero era Berthina, pero todos la conocíamos como Berthita.
Tenía 97 años. Largos. Profundos. Y aun así, siempre mostró fuerza. Siempre mostró entereza.
No tomaba medicamentos. Comía bien. Lucy le preparaba sus alimentos y ella misma los disfrutaba. Tenía buen apetito. Buen ánimo. Buena memoria.
Pero la semana pasada algo cambió. Un dolor en el pecho. Un aviso. Lucy lo notó. También Meche, su sobrina. Y Meche, su cuñada. Entre todas la cuidaron. La atendieron en Ahuacatlán. El médico fue claro: “Hay que checar el corazón”.
Parecía estar mejor. “El Gordo” la vio así. Llegó con su esposa y sus hijos a la casona familiar, esa de las calles 20 de Noviembre y Morelos. Le dieron cariño. Le cantaron. Le llenaron el alma.
Doña Bertha escuchó. Sonrió. Y pidió una canción: “Cuatro copas”. Su sobrina política se la cantó. Le regaló también “Ojitos verdes”.
Pero el domingo, muy temprano, el dolor volvió. Fuerte. Persistente. Aunque sus ojos seguían brillando.
Pidió levantarse. Dio unos pasos con su andadera. Quería sentarse en la cama. Miró al vacío, como quien busca algo en el tiempo. Y dijo que estaba esperando a su papá Pancho. A su mamá Magdalena. Los dos fallecidos hace muchos años.
Lucy entendió el mensaje. Y le siguió la corriente. Le dijo que estaban ocupados. Pero doña Bertha ya quería reunirse con ellos. Con sus padres. Con sus raíces.
La escena fue triste. Conmovedora. Profunda.
Lucy tocó su frente. La sintió fría. Era mala señal. Llamó a su prima Meche. Meche llegó de inmediato. Encontró a Lucy sosteniendo a doña Bertha entre los brazos. Con amor. Con miedo. Con fortaleza.
Aún respiraba cuando Meche entró. Pero solo por unos minutos más. Entonces, doña Bertha exhaló su último suspiro. Silencioso. Dulce. Definitivo.
Así se cerró la vida de la tercera de los siete hijos de don Pancho Miramontes y doña Magdalena Arana, fundadores de la fábrica de tequila “La Magdalena”, donde nació el famoso Tequila Miramontes.
Este martes la despidieron. Se ofició una misa en el templo de San Francisco de Asís. Luego fue cremada. Su familia la acompañó. La recordó. La honró.
Doña Bertha se fue como vivió. Con dignidad. Con serenidad. Con amor alrededor.
Y en los brazos de Lucy, su cuidadora en los últimos años.
























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