
Estar a una hora de distancia de la Riviera Nayarit desde Ahuacatlán es particularmente sugestivo. La autopista Jala – Vallarta es un proyecto prometedor.
Pero estar ahí, en la espesa vegetación que se extiende por todos lados, al pie del majestuoso volcán y ver los vestigios que se van desentrañando de la tierra, te cambia la perspectiva.
La carretera se tiene que desviar. Es menester que por lo menos los ahuacatlenses lo exijamos, no sin antes entender la situación. ¿Cómo se puede permitir que el interés económico avasalle el legado cultural e histórico de lo que podrían ser los primeros asentamientos humanos en este continente?
Mi vocación no me permite exagerar. Un trabajo de investigación que hemos realizado y los testimonios que recogimos darán crédito a lo que aquí se asienta.
Ya viejos exploradores amateurs habían referido de los hallazgos que allí se habían encontrado: monos de diferentes tamaños, ollas y alhajas que vendieron a extranjeros; un diamante en bruto y una amatista blanca entre ellos.
Ahora que por primera vez recorrimos la zona, nos conmovimos a rescatar el antiguo pueblo que forma parte de una civilización no menos importante que la de los toltecas o los mayas.
Hasta ahora se había informado de la necrópolis, un gran panteón prehispánico donde, de acuerdo a la versión de algunos moneros, se han extraído hasta tres decenas de esqueletos en una sola tumba. Allende de las lápidas que en la profundidad de la tierra, en un espacio de cuatro metros cuadrados, se han encontrado utensilios, petrograbados, monos y joyas de antepasados.
Sin embargo, ahora sabemos que también existe una gran plaza ceremonial, un juego de pelota y pirámides que podrían ser restauradas si el gobierno federal quiere hacerlo al replantear el trayecto de la autopista que cruza justamente por el centro de esta zona.
De lo contrario, los turistas y nosotros mismos podríamos disfrutar del tórrido clima de la playa, pero a costa de sepultar una vez más la oportunidad de que Ahuacatlán tenga un desarrollo económico y le dé a la nación un aporte cultural de mucho peso, no de ese con el que se compran autos y casas, sino aquel que te confiere un orgullo y una satisfacción emocional por el simple hecho de contar con algo excepcional.
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