Entré y lo miré. Reposaba en su camilla. En un rincón avisté un pequeño tanque de oxígeno. “Tiene visita”, le dijo su nuera. Rembert no se movió, Apenas sí entreabrió sus ojos y, antes de que emitiera cualquier palabra, le expliqué: “Soy Nieves, el periodista”
Remberto alcanzó a decir: “Muchas gracias”. Luego cerró sus ojos y todo quedó en silencio. Su nuera me comentó en voz baja la situación, lo difícil que había sido en los últimos días brindarle la atención médica, los trabajos que pasaban para poder alimentarlo y suministrarle los medicamentos, etcétera.
Traté de inyectarle ánimo, pero el buen “Rembert” parecía bastante fatigado. Se quejaba de un dolor en la espalda. “Me siento muy mal”, señaló, sin abrir sus ojos.
Ahí me mantuve por espacio de media hora; prácticamente en silencio. De vez en cuando tocaba su pelo y su frente. Su estado de salud me conmovió.
Salí de ahí y luego platiqué unos minutos con su familia. Les narré mi experiencia de familia en casos críticos también; pero el de Rembert parecía más grave aún.
Después intercambié unas palabras con su hijo Martín y otros dos hermanos quienes habían venido desde Estados Unidos para apoyar a su papá Rembert. Los acompañaba Enrique Nieves, ex director de turismo municipal.
Me despedí de todos y me encaminé hacia la calle, pero al traspasar el patio empecé a rememorar las múltiples ocasiones en que lo visité. Nos dirigíamos uno al otro como “Pariente”, porque en realidad ¡éramos parientes! Fue la última vez que miré con vida a Remberto Delgado Nieves.
Antes de salir de la finca giré mi cuello a la izquierda y de inmediato traje a mi memoria aquellas ocasiones en que conversé con él en su oficina. Algunas fotografías y sombreros se apreciaban en la pared. Su estilo dicharachero y bonachón siempre fue agradable.
Luego divisé la silla que permanecía bajo el frondoso árbol. Ahí solía reposar Remberto y desde ahí daba indicaciones a sus trabajadores y trabajadoras que prestaban sus servicios en su empaque de hojas. No fueron pocas las ocasiones en que me regaló algunas pacas “para que tu esposa te haga unos buenos tamales. Te ajustan para más de mil”, recuerdo que me dijo alguna vez.
Remberto murió en las primeras horas del domingo. “Cuando fallezca quiero que me despidan con música de mariachi, norteño y banda”, pidió. Sus familiares cumplieron sus últimos deseos.
Así se le veló y así se le acompañó hasta su última morada. Cientos de Jaleños asistieron a su velorio y a su misa que en honor se ofició. Luego se realizó el cortejo fúnebre, hasta darle cristiana sepultura en el nuevo panteón. DESCANSE EN PAZ.
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