Entre pláticas amenas, sabrosas viandas, música, felicitaciones y apapachos dirigidas al cumpleañero, la familia Díaz Rodríguez refrendó una vez más la unidad de su prosapia.
Don Víctor, el homenajeado, se vio contento y feliz tras las muestras de felicitación manifestadas por sus hermanos, cuñados, sobrinos y demás familiares, en una tarde calurosa por la temperatura ambiental y cálida también por la fraternidad imperante.
Un onomástico más fue el motivo para este otro reencuentro familiar. Seres queridos que realizaron viaje especial para patentizarle a don Víctor sus parabienes y compartir junto a él la felicidad, en tan significativo acontecimiento.
Durante el festejo se trajo a la memoria el legado de sus padres: doña Olivia Rodríguez y don José Díaz Rincón, ejemplos de honestidad, de altruismo, de espíritu hacendoso.
Fueron esos y otros valores los que la familia Díaz Rincón heredó de sus padres. Nueve hermanos en total y todos se formaron bajo la cultura del trabajo y de la preparación profesional: Nestora Azela, Olivia, Víctor, Ma. Concpeción, Francisca, Margarita, Roberto, Lourdes y Mercedes Alicia.
Don “Chepito” -como mejor se le conocía a su señor padre- fue un hombre extraordinario en toda la extensión de la palabra. Una persona ampliamente conocida y estimada en todos los círculos de Ahuacatlán.
Espigado de estatura, corpulento, rostro radiante de nobleza, tez blanca. Así era físicamente don Chepito, quien por cierto fungió durante 42 años como Administrador de Correos en Ahuacatlán; dotado de una solvencia moral a toda prueba.
No fueron pocas las veces que incluso fue solicitado para que ocupara la silla presidencial. Nunca aceptó, como tampoco admitió otros cargos relevantes dentro de la función pública. “Prefiero tenerlos como amigos y no perder su amistad”, decía.
Antes de ostentarse como administrador de Correos trabajó con don Luis Partida, -aquel comerciante que usaba tirantes-; pero siempre mostró una conducta honorable hasta los últimos días de su muerte, ocurrida a mediados de los años 80.
Al empezar sus servicios en las Oficinas de Correos despachaba desde el mismo inmueble donde funcionaba Telégrafos. Los emigrados o trabajadores que laboraban en los Estados Unidos enviaban sus remesas a nombre del señor Díaz y él comedidamente las entregaba a su vez a los destinatarios, quienes obviamente se sentían profundamente agradecidos.
Del servicio postal se retiró a principios de los 80 y siempre pugnó por la unidad familiar. Fue así como se le recordó en este festejo al que asistió la mayoría de sus hijos.
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