México fue el único país del mundo donde el triunfo de Barack Obama en las elecciones de Estados Unidos no fue la noticia dominante aquel 4 de noviembre de 2008. La caída de la aeronave del secretario de Gobernación la relegó al segundo puesto. Recogí la anécdota en Réquiem por Gutenberg dentro de un capítulo al que titulé El día que Mouriño mató a Obama. Creo que no hay mejor ejemplo para ilustrar el choque de dos noticias titán.
En la vida hay mil y un días de 0-0 periodístico en los cuales medios y redes yacen infestados de redundancias, pero en contraparte tienes jornadas en donde todos los demonios parecen tomar por asalto el mundo. Por lo que a mí respecta, no recuerdo haber vivido un mes tan intenso en lo noticioso como el enero que ayer concluyó. Las puertas del infierno se abrieron de par en par y de pronto tuvimos la intuición – o acaso la certidumbre – de estar subidos en un tren que se descarrilla frente a un abismo. El mórbido payaso de tez naranja lo ha acaparado y podrido todo. Obvia decir que no ha habido déspota o tirano en la historia de la humanidad que haya generado semejante reacción de asco y zozobra al tomar el poder. Pareciera que el mundo entero tiene ganas de vomitar. La sensación entre millones de seres humanos es la de querer despertar de la pesadilla que por desgracia apenas comienza.
Pero aún si no hubiera habido Trump, este enero habría sido de diablos sueltos. Al menos en Baja California hemos vivido las más tumultuarias e intensas protestas ciudadanas que se recuerden en nuestra historia. El gasolinazo fue la chispa de encendido, pero la rabia social apunta a un aparato de gobierno podrido, una casta política necrosada y engusanada que tiene el termómetro de la indignación al rojo vivo. Si ello no fuera suficiente, el infierno individual de un quinceañero derivó en el primer tiroteo escolar que se vive en México.
A mí la muerte de Ricardo Piglia me puso en luto literario y ni siquiera me tomé la molestia de indagar pormenores sobre la extradición del Chapo o el proceso penal contra Rodrigo Medina. De los más de cien homicidios registrados tan solo en Tijuana durante estos 31 días que terminaron nadie habla y ya ni siquiera el refinamiento gore de los criminales alcanza más allá de una notita de interiores. Por ahora sólo pienso en cómo narraremos este enero cuando haya suficientes años para considerarlo historia. El palco del historiador que mira el incendio del mundo con varias décadas de distancia nada tiene que ver con el suelo del cronista que arde en llamas mientras narra el horror del día a día. Y sí, algún día este enero será historia, lágrimas en la lluvia, cenizas en el viento. Se los juro: también esto pasará.
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