Entre lágrimas y recuerdos, el legado de un guerrero en la lucha contra el cáncer y la insuficiencia renal.
FRANCISCO JAVIER NIEVES AGUILAR
La vida tiene momentos en los que el dolor es tan abrumador que incluso las palabras se vuelven esquivas. Ese fue mi caso cuando intenté, una y otra vez, escribir sobre la partida de mi hijo Omar.
Pero cada intento se veía truncado por las lágrimas y el dolor que me invadían. Hoy, a un mes y pico de su partida física, finalmente encuentro la fuerza para expresar mi más profundo agradecimiento a todos aquellos que me mostraron su solidaridad y apoyo en los momentos más oscuros.
Omar, a sus 42 años, libró su última batalla contra dos enemigos despiadados: el cáncer y la insuficiencia renal.
La intensidad de su lucha fue tal que hasta el piso 13 de la torre de especialidades del Centro Médico de Occidente de Guadalajara, su último aposento en vida, sintió su espíritu guerrero.
Mi nuera Claudia y mi hijo Xavi se emplearon a fondo, haciendo todo lo posible por influir en los médicos para rescatarlo de las garras de la muerte.
Mi hija Anahí también fue un pilar inquebrantable para Omar en esos días finales, mientras que desde casa, mis otros dos hijos, Érika y César, rezaban por un milagro.
Yo, sumido en una terrible crisis de angustia y desesperación, caminé sin rumbo, como si la cordura me hubiese abandonado. Fue Ana Jáuregui quien me ayudó a no complicar más las cosas.
En medio de mi dolor, una noble mujer se compadeció de mí, ahí, junto a la torre. Le conté el motivo de mi tristeza y, con un gesto de bondad, me entregó unas toallitas para secar mis lágrimas.
Carlos Carrillo hijo, también estuvo a mi lado en esos momentos, apoyándome en medio de lo indescriptible: la muerte de mi hijo mayor.
Omar fue un hijo excepcional, un ser humano brillante desde su niñez. Siempre destacó, no solo en el ámbito académico, sino en cada aspecto de su vida.
Durante su carrera de Derecho en la Universidad de Guadalajara, su inteligencia y determinación lo hicieron sobresalir.
Tenía un futuro lleno de promesas, pero a partir de 2007, todo cambió con la llegada de la insuficiencia renal. Un año completo en hemodiálisis marcó el inicio de una dura batalla, y en 2009 le doné mi riñón derecho, que cuidó con esmero durante 15 años.
Desafortunadamente, cuando el cáncer hizo su aparición, la lucha se tornó insostenible.
A pesar de todo, Omar nunca dejó de ser un excelente hermano, un esposo generoso y amoroso, y un visionario del periodismo.
Su pasión por el debate, su inteligencia para abordar cualquier tema y su colaboración conmigo en el trabajo me dejaron enseñanzas que jamás olvidaré.
Perder a un hijo es un dolor que no tiene nombre, una herida que nunca sana del todo. Sin embargo, me consuela saber que Omar dejó un legado imborrable en cada uno de nosotros.
Su memoria vivirá en nuestros corazones, y su lucha, su valentía, y su amor seguirán siendo una fuente de inspiración para toda mi familia, esposa e hijos.
Omar no ha muerto; él simplemente está dormido, y su espíritu, sus enseñanzas, y su amor, estarán siempre conmigo. Duerme Omar, duerme.
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