
Francisco Javier Nieves Aguilar
Va de cuento: San Pedro solicita audiencia al Señor para “acordar aprobación o rechazo de solicitudes de ingreso al cielo”. San Pedro presenta al Señor– quien se encontraba de estupendo buen humor– tres casos de mexicanos, los cuales aspiraban a ingresar al Reino de los Cielos.
El primero de ellos, se trata de un individuo de extracción rural, analfabeto y sin preparación alguna, que abandona el campo con todo y su prole –nada menos que ocho hijos, la esposa, la suegra y una jaula con gorriones–, para buscar nuevas perspectivas de vida en la zona urbana.
Se ubica en un municipio vecino a la gran ciudad y se instala a vivir en donde puede, en condiciones infrahumanas, peores que las que dejó. Busca empleo y no lo consigue y el subempleo lo encuentra saturado; así que no tiene más remedio que robar para subsistir.
En una de sus correrías las cosas le salen mal y pierde la vida. El Señor profundamente consternado, sabio y profundo en sus meditaciones y decisiones, lo perdona y concede el ansiado pase de ingreso al cielo. El aspirante no era malo, las circunstancias lo transformaron.
El segundo caso se refiere a una mujer de no muy mal ver que fue abandonada–junto con sus tres hijos– por su marido, quien, con el pretexto de buscar fortuna en el vecino país del norte, nunca volvió y jamás le envió dinero. Al buscar trabajo y no encontrarlo la aspirante se dedicó a meretriz, hasta el día que murió. El Señor comprensivo del caso y con un gesto profundamente humano, la absolvió y concedió el codiciado pase de ingreso.
El tercer asunto concierne a un profesor universitario. El Señor, al revisar su expediente, encontró que el solicitante fue de esos catedráticos que rara vez acudían a impartir clases –pero eso sí, muy puntual para cobrar–; y para no tener problemas con los alumnos, a todos los aprobaba con nueve o diez.
Al enterarse del caso, el Señor se transforma; desaparece su buen humor, monta en coraje e indignación y sin miramientos ordena a San Pedro mandar al aspirante al infierno.
San Pedro, sorprendido, trata de hacer reflexionar al Señor. Le hace ver los riesgos de su decisión. El interfecto va a buscar el apoyo de su sindicato, “con suerte y hasta nos emplazan a huelga; puede ir a presentar su querella ante la Comisión de Derechos Humanos y no es remoto que ésta le entregue al cielo sus recomendaciones. Es más, tal vez hasta intervenga la Suprema Corte de Justicia”. El Señor no se inmuta y ratifica su sentencia.
San Pedro cuestiona al Señor el por qué de su decisión. El Señor le contesta: “Porque este aspirante causó más daño que otros muchos delincuentes: Mató las esperanzas y oportunidades de preparar a cientos de estudiantes que pudieron ser útiles a su país, a su familia, a sí mismos. Robó recursos a los contribuyentes; engañó al Estado, a la sociedad y a los que creyeron en él; frenó el desarrollo. Este individuo cometió más pecados de los que pueden tolerarse».























Discussion about this post