“Viajo sólo para no estar sólo”, afirma Jacques Sirat, un hombre entrecalvo, piel blanca y espigado de estatura, nacido hace poco más de 54 años en un pequeño poblado perteneciente al departamento de Alto Garona, cerca de Toulouse, Francia.
Jacques habla en perfecto español, pero también aprendió alemán, e inglés, sin olvidar, desde luego, su idioma natal, el francés.
Su vida no es muy común. Allá en Francia logró trabajar para el gobierno y con sus ahorros pudo comprar una casa, pero su espíritu de viajero lo indujo a transitar por el mundo y desde hace 24 años se ha dedicado a recorrer los cinco continentes a bordo de una bicicleta que adquirió en una compañía que fabrica ese tipo de vehículos especiales para los viajantes de largas distancias y caminos abruptos.
Jacques costea sus viajes con la renta de su casa y esta vez recorre el pacífico mexicano por cuarta ocasión. Su meta es llegar hasta el punto más alejado de Sudamérica, es decir, hasta el último poblado de La Patagonia.
Iniciaba el tercer tercio del 2017 cuando se internó por Canadá para luego atravesar los Estados Unidos. De ahí arribó a Baja California hasta llegar a Mazatlán, y apenas la semana pasada cruzó Nayarit.
Su paso por la entidad incluyó una visita relámpago a Ahuacatlán, y como en todos los sitios capturó las imágenes más distintivas de ésta ciudad de la cajeta de mango, de las deliciosas enchiladas y de otras delicias culinarias.
Jacques es escritor y poeta, amante de las tradiciones y costumbres de los pueblos; además de ser un hombre atento, cortés y agradable. Entre sorbos de café contó a este reportero parte de su vida.
“La bicicleta es mi casa, es mi amiga, es mi esposa”, señala; y opina que con su estilo de vida no puede casarse con una mujer. “Viajo solo para no estar solo”, recalca; esto es para dar a entender que de esa forma siempre va a estar en contacto con la gente.
“Me gusta levantarme sin saber dónde voy a pasar la noche”, apunta y explica que en su bici carga una casa de campaña, ropa de abrigo y de la temporada, una estufa, refacciones y artículos para el aseo personal.
Cuenta anécdotas, como aquella que experimentó en Bosnia donde unos pandilleros lo golpearon obligándolo a ser internado en un hospital; aunque el suceso más crítico que recuerda es la vez en que sufrió un accidente cerca de Kenia.
“…Pedaleaba en una bajada y en eso se atravesó un niño. Para no atropellarlo perdí el equilibrio y se me dañaron los pulmones, el vaso y unas costillas”, afirma; e indica que unas personas lo auxiliaron acostándolo en una mesa rústica. “Un médico de África me salvó la vida”, apunta.
Cada siete años cruza Europa y visita a su familia. No mide el tiempo y ni tampoco lleva prisa. Así es su vida, pedalear y pedalear. Permanecer uno o más días en un pueblo u en otro; de aquí, de allá y de más allá.
Sus vivencias diarias las plasma en una pequeña libreta; pero también es dueño de una página web, además de haber escrito ya un libro titulado: Cyclo-nomade. No sabe cuánto tiempo le tomará llegar hasta el último punto de La Patagonia. Pero se insiste, no lleva prisa. Así es su vida, una vida poco común.
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