Somos semillas florecidas en el campo
impregnadas del tono de la tierra.
Nuestras frentes han sido bautizadas con el rocío de labios irisados
agradecidos por la brega que sacia los antojos de la morena preñada.
Somos buscadores encorvados,
espulgamos filones de vetas vegetales
esperanzados a una fortuna ilusoria en nuestros bolsillos remendados.
Somos guerreros sin escudo,
sólo el filo del metal nos acompaña para purificar la pisada de la doncella terrenal.
Somos rociadores de perfumes que en canto de oración trazan su ruta
venciendo el mal que acecha a la de tibios amores.
Somos el lomo sin rebozo que mece al recién salido de las entrañas,
arrancado de los brazos de su madre,
para adopción en nuevo hogar.
Somos vigías del crecimiento de las formas y la pigmentación,
jugando a ser la Abuela Natura.
Somos estilistas silvestres,
cepillamos la calva terrestre
para que nuestros hermanos prueben los sentimientos cristalizados:
el amor, dulce lo saborea el paladar,
la ira ácida llama el cauce salival embriagante,
los celos, semiácido destino que todo lo revuelve,
y el dolor, seco, empalidece .
Somos el eco secreto del espacio,
el silbido del aire nos escucha,
a veces perdemos alianza con el confidente,
y éste, irascible, escupe ráfagas de incomprensión
que atentan las horas consumidas.
Somos los fieles de la luna y el sol,
sus matices desnudan nuestros ojos
y arropan nuestro espíritu,
los rayos calzan nuestros pies
y desenfocan nuestros cabellos.
Agua, tierra y sol esculpen hombres de barro de resquebrajadas manos
con las que abrazan a la morena polvosa,
el citadino de manos intactas, cremosas,
no aprecia las capas que han formado nuestros guantes,
en el mundo de banalidades
el toque suave seduce,
pero más seductor debería ser
el callo que encierra la laboriosidad
que aniquila vida para darla otra vez,
que encuentra belleza y riqueza
donde hay tempestad,
que se mantiene impávido en medio del murmullo del silencio.
Porque nosotros somos hombres,
somos espíritu,
somos polvo,
somos.
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