Cuentan que una vez un hombre viajaba por el océano y su barco se hundió, quedó a la deriva por varios días antes de que milagrosamente fuera encontrado por un bote pesquero. Al recuperarse de su pésima condición, contó el peor error que había cometido.
Dijo que al sentir una sed desesperante, tomó agua salada, y que por la sal contenida en la misma, lejos de saciarse, sentía más sed e introducía sal y arena a su cuerpo que lo deshidrataba más.
Muchas veces, cuando sentimos sed de amor, cariño, comprensión, verdad o atención, la buscamos en cosas que lejos de saciarnos, nos dejan peor que antes.
Así, el solitario se refugia en otro más solitario; el falto de amor lo busca en los placeres y la vida desenfrenada; el incomprendido se refugia en vicios y mal carácter para llamar la atención.
No te apresures a tomar decisiones de las cuales luego te arrepientas, es mejor tomar decisiones que vayan orientadas y respaldadas por Dios, porque dichas decisiones traerán buenos resultados.
Si en estos días tienes que tomar una decisiones, recuerda no hacerlo mientras te sientas enojado o molesto, no tomes decisiones orientadas por las emociones del momento, sino que relájate y descansa en Dios, reflexiona muy bien sobre lo que harás, no te apresures y tomate el tiempo necesario, pero sobre todo CONFIA en Dios para que dicha decisión sea la correcta y traiga a tu vida gozo en lugar de tristeza. ¡Es hora ya de que dejes de llenar tu cuerpo de agua salada!
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