Después de la tercera lluvia de verano el campo reverdece exuberante por doquier. A dos mil 160 metros de altura sobre el nivel del mar, la cima volcánica del Ceboruco se torna especialmente hermosa como en un paraje de alta montaña alpina donde venados, codornices, tejones, jabalines, mapaches, urracas, chachalacas y hasta víboras de cascabel, pumas o linces se les llega a ver con más frecuencia. Ante esta belleza algunos se tallan los ojos y preguntan: ¿Estamos realmente en México?
Éste año, después de haber ido a las fumarolas decenas de veces, que es posible alcanzarlas cómodamente en automóvil en 30 minutos, el Grupo PROTSURNAY (Promotores Turísticos del Sur de Nayarit) – los señores Jacobo, Ávalos, Altamirano, Jaime y Montero – se propusieron hacer un recorrido a pie hasta el cráter principal. El recorrido dura unos 60 minutos.
El panorama es exquisito debido a un dominante verde fosforescente, atiborrado por los brotes del pasto bajo el roció de lluvia contrastantes con el tapis de pequeñas bellotas secas carmesí quemado. Es así como los contornos entre la oscura arena negra contrasta con el dominante verde tierno como terciopelo. Los ojos no saben dónde ponerse por la excitación de los tonos.
Un día nublado perfecto para recorrerlo entre la frescura matinal y potentes rayos infrarrojos que serenos tuestan la piel como en altamar. El más sabroso de los bronceados casi siempre es garantía en la cima del “Monstruo Negro”, en palabras de Patricia Llaca quien acompañada de Evaristo Guzmán en 2010 hizo el mismo recorrido solo a la mitad en la fronda de helechos y líquenes.
Ya en la brecha, la subida de los primeros 30 metros casi siempre sorprende a los novatos que respiran profundamente acusando vértigo y fatiga precoz. El doctor Manuel Ávalos un hábil narrador de cuentos y poesía, casi volvía el estómago y murmuraba moviendo la cabeza:
– Colgada de un clavo la guitarra, la historia vuelve a repetir; si así es el caminito mejor me devuelvo.
– No es mal cardiaco doctor, ni mala condición física, el mal de montaña se debe a la altura por la falta de oxígeno.
Igualito que en el hospital de mi pueblo, mis pretensiones de animarlo funcionan cuando respondió ceñudo el chascarrillo.
– Ya pensaba que don Pedro me cobraba la resaca. Y éste volcán o volcana activa está en mejor condición que el Popocatépetl. Don Goyo siempre ‘ardiendo’ y la dama… ‘dormida’.
– Aquí ya sabemos que la ‘ceborucana’ al menos tuvo ‘gigantitos’ tragones.
Luego vino a colación la versión prehispánica sobre la femineidad de ésta montaña de que aún está embarazada; pues se llamaba Tonántzin, que significa, para variar, “la que da a luz” o, “el si fuera andrógino”. Mientras se asoma apresurado a la distancia entre nubes el Sangangüey que significa “el de las ancas largas”, su hermano geológico de graben.
Es preciso decir que La Ceboruca tiene parto atrasado, toda vez que en la presidencia de Jala en los tableros de la entrada – Protección Civil/CENAPRED – advierte sobre su registro eruptivo cíclico promedio de 8 períodos anteriores de 125 años; siendo el último en 2012. La gravidez es obvia.
La caminata se interrumpió cuando Altamirano nos dijo que hace poco sobre la caseta de Tequepexpan con la vista hacia el volcán, unos automovilistas sorprendidos le pasaban el reporte al cobrador sobre el avistamiento de dos objetos voladores no identificados semejantes a largas lámparas de neón de gran tamaño. Como muchos saben no son aislados los avistamientos cerca de la montaña, a donde estas presencias vienen a auscultar su parasitado interior de gigantes que algunos creen aún viven en su interior.
Pero lo más intrigante y serio luego de más de una década de no bajar hasta el cráter del volcán fueron los movimientos de tierra notables alrededor del cono. Se aprecia un deslizamiento del talud de descenso que modifica la llegada al cráter con unos 100 metros de rodeo debido a la verticalidad derrumbosa del descendente franco norte y un repliegue o corrugación-levantamiento sobre la cuenca de extracción de azufre de una decena de metros, junto a unos crestones de piedra caliza humeante alzados como dientes donde antes estaba plano.
Los excursionistas nos mirábamos confundidos y nos sorprendió acusar como los lentos deslizamientos micro sísmicos cambiaron el panorama.
Puesto que el gigante se alza entre dos placas geológicas, una de choque y otra de resbalón en translación giratoria, se evidencian los cambios externos en la cima.
No es que el doctor Ávalos sea el médico volcánico de cabecera pero el insistía diciendo en cada subidita: “Dónde está el cráter. ¡Donde está! ¿Ya se lo robaron? Porque luego dicen que es de Jala, que es de Ahuacatlán; pues que vengan y se lo lleven a su casa, nosotros somos de Ixtlán”.
Al final les transmití las observaciones que me hizo hace unos 5 años un ejidatario ahuacatlense que suele vivir en una choza allá en sus estivaciones, respecto de que las lomas cerca de La Encinera se habían combado o crecido notablemente como indicando la preñez de vientre del volcán.
Este fenómeno en lenguaje Geológico es el resultado combinado de las fuerzas de expansión de la – fosa graben – y la compresión del pilar horst.
No es un súper volcán lo que tenemos, pero los geólogos extranjeros lo definen como uno de clase, ‘all”, inclusive, (todo incluido), puesto que lo poco que tiene el volcán de Colima, el de Toluca, El Chichón, el de Orizaba y Don Goyo, entre otros, lo hallas todo junto en éste.
Regresamos meditando en el perfil turístico más adecuado para su promoción, si es que antes no cambia el cráter, entre bostezo y bostezo. Concluimos, jadeando de fatiga, que el viaje es para un turismo especial, sabiendo que es un gran reservorio de maravillas y leyendas.
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