Su primer Informe se sintió más como un encuentro con la gente que como un acto oficial.
COMPOSTELA.
Apenas cruzó el umbral del Palacio Municipal, y los nervios —si es que había alguno— se disiparon. La gente lo recibió con sonrisas, saludos y aplausos tibios, de esos que se dan con cariño.
Gustavo Ayón, el gigante que un día brilló en las duelas del mundo, esta vez lucía un traje azul marino. Sereno, sonriente, acompañado por su esposa Estefanía Carrillo, quien robó miradas con su vestido color fiusha.
Juntos avanzaron por los pasillos hasta llegar al patio central, transformado en un escenario sobrio y elegante para su primer Informe de Gobierno.
Ayón dio un par de instrucciones, saludó a algunos asistentes y ocupó la silla central. A su alrededor, rostros conocidos: regidores, funcionarios, invitados especiales… y, sobre todo, su gente.

El informe comenzó sin rodeos. “Al grano”, como él mismo dijo más de una vez.
Su mensaje fue firme, claro y sin adornos innecesarios. Habló de avances, de obras, de proyectos y de sueños compartidos. De lo que se ha hecho y de lo que falta por hacer. Prometió que el evento masivo se realizará a mediados de noviembre, “como Dios manda y con toda la gente”.
Entre los asistentes destacó la presencia de la presidenta del DIF estatal, Beatriz Estrada, quien llevó la representación del gobernador Miguel Ángel Navarro Quintero.
También estuvieron la senadora Ividelisa Reyes, el diputado federal Jorge Armando Ortiz, la diputada Marisol Sánchez y el presidente municipal de Ixtlán, Memo Ramírez, entre otros.
El ambiente fue relajado, casi familiar. No hubo discursos eternos ni formalidades de más. Lo que hubo fue emoción, cercanía y orgullo compostelense.
Al final, Gustavo ofreció una conferencia de prensa con la misma calma que mostró durante el acto. Respondió preguntas con honestidad y sencillez, bromeó con los reporteros y hasta los invitó a los próximos eventos en Compostela. “Ahí los quiero ver”, dijo con una sonrisa franca, de esas que rompen protocolo.
La noche se fue apagando despacio. El público se dispersó entre charlas y fotos. Y mientras el eco de los aplausos se quedaba flotando en el patio, quedó claro que aquella no fue solo una rendición de cuentas. Fue una muestra de que en Compostela, la política también puede tener corazón.
























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