Cada temporada de vacaciones o de regreso a clases, del día de la madre o del padre, de la primavera o del otoño; la tienda Coppel saca un tiraje de revistas que arroja a los domicilios de todo público. Ha de ser una cuestión de mercadotecnia para captar más clientes.
Dicha revista tiene, hacia el final, una columna en la que sin falta escribe Sergio Sarmiento una especie de suplementos. Precisamente en la de este verano 2017 el intelectual comienza diciendo: “no importa lo mal que estén las cosas, siempre podemos estar peor”. Y despliega, a partir de ahí, su análisis.
La temperatura de embrión se le nota en una brutal cortesía de doble sentido pues incuba la técnica ideológica de un fatalismo elemental. Siguiendo tal línea siempre se tendrá algo que perder, hasta llegar al extremo de la vida. Aunque esto no se atreve a decirlo sino a insinuarlo. Pero hay un detalle; el “ideólogo” tiende a equiparar la Vida con el estilo de vida, y ahí es donde está la falsedad del lujoso argumento.
Identifica también sin distingos a un difunto Hugo Chávez con Trump, cosa que nos parece un doloso arbitrio porque las realidades de la patria grande, Venezuela, no son las mismas de los Estados Unidos… ni lo han sido, ni podrán serlo nunca. Solo para dar a entender entre líneas que AMLO pertenece al mismo linaje, cosa que tampoco se atreve a mencionar frontalmente. Ojala fuera la suya una pluma femenina, son tan bellas y certeras muchas de ellas… pero es rastrera, y subordinada a la marca Azteca-Salinas Pliego.
Su cortedad de opinologo esclerosado no se atreve a ver otra cosa en la actualidad del cono sur, que un prisma de dictaduras y regímenes en los que triunfa la abyección, ¿de qué? De lo que sea: del hambre, de la disidencia. De lo que caiga sin vergüenza, hasta los pichones y pajaritos.
Al político, si se le desprecia en nuestro quehacer de escritores, poetas o filósofos, hay que liquidarlo de un plumazo o mejor ni mencionarlo. De otra manera solo se estará aplaudiendo resignadamente lo mismo que se critica… como hicieron los de su clase cuando aplaudieron al genocida Álvaro Uribe de Colombia por las medidas tomadas en pro del mundo empresarial y a Obama por el simplón talismán de ser un negro contemporáneo, ya muy lejos del apartheid.
Lamentamos, como escritores, y más que eso como seres pensantes; que ese tipo de análisis contribuya cuando no a diseminar a atrofiar el sentido crítico. Pero por otro lado no se podía esperar nada más de sus pasquines pues está confinado a sonar convincente y persuasivo en 105 caracteres, en un apartado de la revista que el distraído consumidor de la tienda, siempre de prisa, apenas si tiene tiempo de “checar” o darse cuenta que los números se están convirtiendo en un panfleto político de carácter profiláctico.
Otra cosa: ese inclusivo “nosotros” al que se refiere el concesionario Sarmiento no es un nosotros popular, pues demuestra un indisimulable lenguaje déspota al llamar demagogia y populismo a las avanzadas latinoamericanas. Es un ‘nosotros’, a lo sumo, clientelar-capitalista que no es otra cosa en el fondo que un velado absolutismo.
No nos parece que sea una estéril Utopía comenzar por combatir las corrupciones que han lacrado no ya al estado y sus instituciones, pues sabemos que no podía ser de otro modo, sino la condición humana interpersonal, pues la corrupción no solo está en las pacas de dinero que los cuicos confiscan en alguna redada teatral exhibiéndola a la prensa; o en las elegantes cuentas de los documentados bancos suizos. La corrupción está también en lo que se dice y lo que se hace. Y Sarmiento, en nuestra opinión, no está corrompido por representar el miedo oligarca, papel que desempeña muy bien; sino por falsear y apuntalar la mentira internacional-imperialista escondiéndose en los vericuetos de la intelectualidad oficial con una pluma rastrera.
Y no lo olvides: Coppel… endroga tu vida.
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