De una forma u otra todos los presidentes mexicanos llegan derrotados al final de su sexenio. En mayor o menor medida todos han perdido la batalla y su despedida suele siempre tener un tono de lamento o autojustificación. Sin embargo Enrique Peña Nieto está batiendo un récord difícil de igualar: ningún presidente ha estado tanto tiempo en Los Pinos en calidad de cadáver político. EPN pereció y queda claro que ya nadie espera nada de él. A estas alturas creo que su propio equipo y él mismo sólo desean que la pesadilla termine de una vez por todas. Políticamente Peña ya está muerto y no veo posibilidad alguna de resurrección. Ni siquiera creo que Enrique llegue a 2018 ebrio de poder y que le cueste trabajo ceder el cetro como le sucedió a sus antecesores. Creo que en este momento lo que quiere es largarse de una vez por todas. La batalla la perdió hace mucho y su camino de bajada ha sido larguísimo, casi a la mitad de su periodo. Es el equivalente a un equipo de futbol que al minuto 60 está siendo goleado 4-0 y cuyo único deseo es que el árbitro silbe de una vez el final y que en los 30 minutos restantes no se haga más humillante la goleada.
Las mayores hecatombes sexenales han sido la de José López Portillo en 1982 y la de Carlos Salinas de Gortari en 1994. Fueron derrotas épicas, dramas wagnerianos, sinfonías de la destrucción (¡aguante Megadeth!) en gran medida por la altísima expectativa de desarrollo económico que sus gobiernos generaron al comienzo. Jolopo y Salinas terminaron siendo odiados y repudiados, pero no llegaron muertos ni rendidos al final de su sexenio. Hasta el último día, aún en medio del desastre, eran capaces de trasmitir algo y de proyectar liderazgo.
Aunque era narcisista, megalómano y ladrón, López Portillo era un líder. Todavía al final había quienes caían seducidos por su impresionante oratoria y su sólida cultura general. Lo mismo Salinas de Gortari. En pleno infierno del 94 Salinas seguía mandando y atemorizando. Podría un ser gánster maquiavélico e hijo de puta, pero si algo te quedaba claro al mirarlo y escucharlo, es que estabas parado frente a un tipo inteligentísimo con estatura intelectual de estadista, un líder ebrio de poder cuyo sueño grandilocuente se desmoronó. En cambio cuando miro a Peña Nieto lo que veo es a un pobre hombre derrotado que ya quiere irse a casa. Ya no es capaz de trasmitir esperanza alguna y él lo sabe.
Enrique Peña Nieto no ha sido nunca un líder. No tiene la estructura mental, la visión ni los tanates para manejar los tiempos turbulentos. La adversidad no es lo suyo. Carece del carácter, el arrojo y la capacidad de reacción para enfrentar tempestades. En su descargo justo es decir que no todo ha sido culpa suya y que ha tenido una pésima alineación internacional de astros. Tampoco era a priori erróneo el camino que pretendió tomar. Sigo creyendo, pese a todo, que son necesarias las reformas educativa y energética (esta última llegó demasiado tarde). La receta de Enrique no era a priori un fiasco, pero todo le salió de la peor forma posible. Creo que nunca entendió la época en que vive y el país que gobierna. Todas las apuestas fallaron y su fecha de caducidad llegó con demasiada anticipación, condenado a gobernar casi la mitad de su periodo en calidad de cadáver, con mil y un buitres revoloteando en torno suyo.
Puedo equivocarme, pero intuyo que Enrique Peña vivirá una de las ex presidencias más deprimentes de la historia mexicana. ¿Qué clase de ex presidente será? Repudiado y becado a perpetuidad como casi todos, sin posibilidad de pasear tranquilo por una calle mexicana, pero sin la estatura y las tablas para emitir una opinión de peso o transformarse en una suerte de respetable consultor. ¿Se imaginan al hombre que no es capaz de mencionar tres libros dando una cátedra en Harvard? ¿Contratarán en una universidad extranjera al “licenciado” que plagió su tesis? ¿Podemos pedirle un ciclo de conferencias a alguien que no puede improvisar cuatro palabras sin teleprompter? Entiendo que a no poca gente le interese tomar una clase de macroeconomía con Ernesto Zedillo o con Carlos Salinas pero… ¿ una clase con Peña? ¿Qué carajos puede enseñarte o trasmitirte? Apuesto que cuando llegue su exilio también su matrimonio se irá por el resumidero. Me parece que el contrato con Angélica sólo incluía el sexenio y no creo que la actriz le saque provecho a ser la esposa de un ex presidente odiado y derrotado. Lo peor para Enrique es a que sus 50 años todavía parece quedarle una larga vida. Vivirá cómodamente de su beca eterna, pero creo que nadie le concederá un mínimo de respeto.
Peña es el presidente más artificial de nuestra historia, el más burdamente prefabricado. Siempre que lo escucho hablar siento que en él no hay ideas propias, que todo es el resultado de quebraderos de cabeza de sus asesores o de las frases que le susurra al oído Luis Videgaray. Las pocas veces en que brota una mínima dosis de espontaneidad y Peña se atreve a romper el guion, lo que proyecta es incertidumbre, confusión, un terrible cansancio. Peña ya se acabó, pero lo peor es que nosotros aún no tocamos fondo. Si este río de furia ciudadana no tiene una buena canalización, puede acabar desembocando en un arroyo de mierda. Sólo recuerden que también los votantes de Donald Trump estaban muy enojados a la hora de castigar a los demócratas, que sufragaron con el hígado y las tripas por encima de la cabeza y eso es muy peligroso. Peligrosísimo. Por favor no caigamos en el mismo error. El que quiera entender, que entienda. El viento de este enero mexicano trae consigo buenas señales. De nosotros depende que no deje de soplar. (DSB)
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