Un legado nacido del esfuerzo, la fe y la voluntad de un hombre que soñó con dar cobijo a los más vulnerables.
AHUACATLÁN.
La vida a veces es ingrata. Juega sucio. Desvía las miradas. Silencia las voces. Pero, por más obstáculos que surjan, hay nombres que se graban para siempre en la memoria de los pueblos.
Y en Ahuacatlán, ese nombre es el de Nicolás Romero Machuca.
Dígase lo que se diga, se intente borrar lo que se quiera, la iniciativa de fundar una Casa Hogar en este municipio nació de su corazón.
Soy testigo de ello. Lo escuché de sus propios labios un aciago día de verano, mientras entregaba despensas a familias necesitadas.

Fue en el barrio del Chiquilichi, junto al señor Paz —aquel hombre invidente que tocaba el violín— donde me lo confesó. Jamás lo olvidaré.
Por eso, siempre recalcaré: la Casa Hogar de Ahuacatlán existe gracias a Nicolás Romero.
Un maratonista del alma
A pesar de su edad y su salud minada, Nico dejó la comodidad de Los Ángeles y recorrió grandes distancias. Como un maratonista incansable. Como un soñador con alas de hierro.
Junto a su hijo Ricardo, participó en un triatlón. Visitó a cientos de paisanos en la Unión Americana, desde California hasta Oregon y Washington, pidiendo apoyo para levantar la Casa Hogar de su tierra natal.
Y muchos respondieron. Aportaron lo que podían. Desde lejos, desde sus hogares en el norte, compartieron su granito de arena. Entre ellos, la familia Rodríguez Becerra, con Héctor Joel y Armida a la cabeza.
Fuente Alegre: un sueño dentro del sueño
La visión de Nicolás iba más allá de muros y habitaciones. Él soñó con un espacio vivo, con hortalizas y animales domésticos que dieran alegría y sustento a los inquilinos. A ese proyecto lo llamó “Fuente Alegre”.
Pero luego surgieron grupos que distorsionaron todo. Se dijeron cosas, se sembraron dudas. Y, aun así, la construcción avanzó.
El respaldo de muchos
No se puede dejar de lado el apoyo invaluable del entonces gobernador Antonio Echevarría Domínguez, a inicios de este siglo. Ni la ayuda de los ex presidentes municipales Chico Villegas (+) y El Chino Mojarra.
Las autoridades eclesiásticas y personas altruistas de la comunidad también sumaron esfuerzos. Fue una obra colectiva, sí. Pero la chispa inicial nació de Nicolás Romero Machuca, con el apoyo de su esposa Locha Aguilar y de sus hijos Silvia, Irma, Ricardo y Erika.
Un legado escrito en piedra
Nico hubiera querido hacer más. Continuar sus proyectos. Seguir viendo crecer su sueño. Pero las enfermedades lo alcanzaron antes de tiempo.
Lo que no pudieron arrebatarle fue su lugar en la historia. Porque hoy, la Casa Hogar de Ahuacatlán, ubicada en la calle Miñón del Chiquilichi, a unos pasos de la cárcel municipal, es el testimonio vivo de su entrega.
Su nombre, su esfuerzo y su visión quedaron inscritos para siempre en las páginas de este pueblo.
Porque la vida podrá ser ingrata, pero la memoria de Ahuacatlán no lo es.
Y allí, en letras firmes, ya está escrito: Nicolás Romero Machuca.
























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