SESENTA Y UN AÑOS DEL FALLECIMIENTO DEL CURA NÚMERO 17 DE IXTLAN, DON JUSTO BARAJAS MIRANDA.
Cuando yo era un escuincle – tal vez escolapio del tercer o cuarto grado de primaria – caminando por la plaza adjunta al templo de Santo Santiago, en mi querido pueblo, Ixtlán del Río, me topé con el cura Justo Barajas, con su característica vestimenta negra. Lo saludé a la usanza de entonces besándole la mano y me soltó lo pregunta: “¿Sabes quién fue Benito Juárez?”.
Infantilmente respondí con seguridad: “Fue un indito que pastoreaba ovejas y que llegó a ser presidente”.
“¡Tú no sabes nada! – me respondió – y continúo su camino. Con los años me di cuenta que él esperaba otra respuesta, sin duda para reprenderme.
Monseñor Justo Barajas Miranda es recordado aún por algunos ixtlenses, sobre todo los que llevan a cuestas muchos años. En algunos hogares, como en la casa de mis padres, se encuentra una fotografía de este personaje de quien se decía que tenía tanta influencia sobre los demás, que hasta los políticos acudían en busca de consejo.
Algunas fuentes dicen que nació en 1857, otros que en 1868 en la ciudad de Guadalajara. Allí ingresó al seminario Diocesano que abandonó antes de hacerse acreedor a la sotana, para estudiar en la Normal Liceo de varones. Ya como profesor, estuvo en San Juan de los Lagos y posteriormente llega a Ixtlán donde fue encargado de la Escuela Municipal y teniendo como auxiliar a Esteban Baca Calderón, con quien sostuvo una gran amistad.
Contrajo matrimonio en 1894 pero al año enviudó y reingresa al Seminario nuevamente, logrando ordenarse sacerdote, y como tal llega nuevamente a Ixtlán.
Al morir el Cura Juan N. Navarro, en 1908, Justo Barajas se hace responsable de la parroquia hasta su fallecimiento, el 16 octubre de 1953.
En 1912 el Teniente Miguel Guerrero, en Tepic se levantó en armas contra las autoridades Maderistas recibiendo apoyo del prefecto político de Ixtlán José María Morales, a quien el Capitán Segundo de la Guardia de Garantías, Everardo Peña Navarro, junto con los Sargentos Primeros, Pedro Parada y Guadalupe Dorado; el día que celebraba su cumpleaños lo había hecho correr con algunos de sus hombres.
Antes de la llegada de Peña Navarro, el cumpleañero había pedido al presidente municipal, Antonio Ortiz Ocegueda y a Benedicto Partida, miembro de la directiva de la guardia, a Celso Aguirre, Comandante de la propia guardia, a Felipe Tovar y a J. Concepción Pimienta, Tenientes y al Capitán Primero Nicolás Ramírez, entregarán las armas, cosa que no sucedió, gracias a la valentía del Comandante Celso Aguirre.
Cuando el Teniente Miguel Guerrero y demás levantados intentaron tomar la plaza de Ixtlán, Don Justo Barajas y otros distinguidos ixtlenses fueron al encuentro para evitar derramamiento de sangre, pero son hechos prisioneros, amenazando con fusilarlos si el pueblo les impedía entrar. Les permitieron pasar por la calle Zaragoza hasta las faldas del cerro Santa Catalina y una vez allí, Guerreo exigió la cantidad de tres mil pesos para liberar a los rehenes. Afortunadamente llegan en defensa de la plaza el capitán Arellano y el coronel Isaac Espinosa.
Alguien que actuó con gran valentía fue el señor Jesús Baca, padre de don Esteban Baca Calderón, quien pese a su avanzada edad, al escuchar los toques “de enemigo al frente” y las señales de peligro dadas por las campanas del templo, se presentó al Coronel Aguirre expresando: “Yo también soy hombre y vecino de ésta, y vengo a que se me dé una arma y parque para estar con ustedes”.
En 1926 Monseñor Barajas, fue comisionado para llevar las firmas de los católicos de Nayarit, donde se protestaba contra los artículos de la Constitución Mexicana que supuestamente atentaba contra la fe católica.
De no haber sido sacerdote, sin duda hubiera sido un gran político, gestor de acciones sociales, pues fue pieza clave para la electrificación y el agua entubada para Ixtlán, así como la carretera internacional que pasa por el centro de la ciudad, a la que se le conoce también como Calle Real, (Av. Hidalgo).
Entre 1952 y 1954, se construye el Hospital que llevó su nombre “Justo Barajas” – conocido ahora como Hospital Comunitario -. A él se debe la colocación del Cristo Rey en el cerro de Santa Catalina.
Creo que me confesé una o dos veces con él, y había que llevar una libreta donde anotar los pecados, pues cuando uno expresaba el pecado cometido, él preguntaba: “¿Cuántas veces lo hiciste?”.
A él no le tocó oficiar la misa en español, ya que esto fue hasta 1962. Antes el ritual era en latín, que casi nadie entendíamos.
En una ocasión al arrimarme a comulgar, cayó sobre mi hombro una hostia; se me ordenó no moverme, pero el cuchicheo de las mujeres que observaron el incidente, me hizo sentir muy incomodo.
No podríamos entender la figura de don Justo Barajas sin las personas que conformaban la junta parroquial, como don Juan Parada; Apolinar Castillo, Dr. Coronado; José Tovar, las señoritas Contreras – vestidas siempre con ropas oscuras -; la Profesora Soledad Hernández, directora de la escuela parroquial, la profesora Florentina Monroy, don Víctor Chávez, todo un artista que con sus carros alegóricos en los que en algunas veces participé, daban colorido a las fiestas religiosas, así como dirigiendo en ocasiones sátiras teatrales que con jóvenes del pueblo hacían la delicia de los asistentes.
Recuerdo una sátira en la que un actor de la familia Jaime arrancaba las risas de los asistentes, ya que en unos fragmentos de su intervención respondía: “Me llamo Agapito, pero a veces me dicen “Aga” y a veces “Pito”. Las carcajadas fluían de los asistentes.
Recordarán los viejos de ahora a Don Bartolo, el Cantor, a Nice el sacristán y al campanero conocido como Mena. Yo principalmente porque fue el que me delató con mi madre, ya que por el bullyin que me hacían en la escuela, tenía días haciendo la pinta. Dejaba mi bolsa con los útiles escolares detrás de la pesaba puerta principal del templo. Eso me costó una friega y exilio por unos días en Zoatlán, en donde trabajaba mi padre. Allí asistí esos pocos días a la escuela en donde la Maestra Pomposa, atendía tres grupos a la vez.
Este guía espiritual, don Justo Barajas muere el 16 de octubre de 1953, congregándose en su funeral el pueblo entero, patentizado así el amor que le tenían.
Veinticinco años después, al ser exhumado el cadáver del panteón municipal y trasladado a una de las capillas del templo, se dice que estaba en un estado de conservación, sin presentar huellas de putrefacción. Algunos creyentes le atribuyen hechos milagrosos y lo patentizan en escritos o retablos de agradecimiento.
En su recuerdo se colocó el busto del Cura Bajaras en el centro del jardín que antes se llamó José María Mercado y posteriormente el de Santo Santiago Apóstol, pero el pueblo lo ha bautizado coloquialmente como la “plaza de los pájaros caídos”, ya que allí se reúnen a disfrutar y dialogar adultos mayores… escanio7@hotmail.com
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