- Mis hermanos y yo reconocemos una herencia tácita: estar al pendiente en Ixtlán, de la tumba de Celia González Rubio Rizzo.
El testamento es la voluntad de una persona a heredar los bienes que obtuvo durante su existencia, a quien le plazca, y es un mandato que debe acatarse. Muchas veces los poseedores de bienes, en forma verbal indican a los parientes beneficiarios, cómo deben repartirse las propiedades existentes ¡Y se arman unas broncas…! Cundo los bienes son casas o terrenos, cuentas bancarias o dineros guardados bajo el colchón, les cuesta tiempo y dinero para que se defina quiénes serán los herederos, ocasionando distanciamiento en las familias.
A veces están velando al muertito, o mientras el cortejo va rumbo al panteón, algunos familiares se dedican en casa a esculcar para agandallar lo que de valor encuentran.
Los jodidos – mi plumaje es de esos – recibimos sólo herencias genéticas como las apariencias físicas, ojos, estatura color de piel, carácter etc..
Mis hermanos y yo no tuvimos como herencia ningún bien terreno, pero yo fui el ganón, ya que heredé de mis padres, de él, la escoliosis – me hubiera gustado haber sido beneficiario de su hiperactividad, pues lo misma trabajaba en la fábrica de tequila, en los trapiches, mantenimientos a molinos de nixtamal, trabajos de electricidad, mecánica, reparación de máquinas de coser, y en la fecha patronal de Zoatlán, ensayaba y dirigía la danza de la conquista. Uf, a mi padre sólo lo puso quieto la enfermedad que lo postró en una silla durante muchos años -.
De mi madre, de carácter ambivalente, estricta para hacernos caminar derechito, con cinto o chancla en mano cuando su ley no se cumplía; y en ocasiones muy cariñosa, alegre, cantadora, además, a su manera, buena consejera. Ella me endosó su artritis, pero bueno las dolencias generadas por ambas herencias, sobre todo al despertar, es el anuncio de que estoy vivo, y eso ya es ganancia.
Mis hermanos y yo nos adjudicamos una herencia tácita, porque a través de los años mirábamos que nuestra madre, cada vez que visitábamos el panteón, era obligado pasar a la tumba de Celia González Rubio Rizzo, hija de don Rosendo González Rubio, de oficio Minero y de su segunda esposa Francisca Rizzo, que fueron patrones de mi madre que se desempañaba como empleada doméstica, en el domicilio en Ixtlán por la calle Francisco I. Madero, entre Jiménez y Moctezuma, por donde vivieron las familias de don Mere Ballesteros, Don Adolfo el Zapatero, Luis el carnicero, Los charritos, don Chema y doña María.
A mi madre la querían mucho y le daban trato de familiar. Ya casada mi madre y al nacer nosotros, sus hijos, nos prodigaron el mismo trato que se prolongó por muchos años hasta el fallecimiento de casi todos sus miembros.
La jovencita Celia falleció el 02 de julio de 1940 cuando contaba con tan sólo 15 años de edad, al parecer la causa fue resultado de la impresión que tuvo cuando en una tormenta eléctrica, vio caer un rayo en las torres del templo parroquial; dizque tomó un vaso con leche, se enfermó, no logró recuperarse y finalmente falleció. Celia era hermana del profesor de primaria, conocido coloquialmente como el Profe Chendo.
En el Panteón Municipal de mi querido pueblo Ixtlán del Río, a unos quince o veinte metros de la pequeña capilla, lado derecho, por el andador principal, se encuentra esta modesta tumba que mi madre siempre estuvo al pendiente de los desperfectos que sufría, le llevaba algunas flores, musitaba oraciones etc. Doña Pachita, madre de Celia, antes de partir con el resto de la familia a radicar a Guadalajara, en forma verbal le dijo a mi madre que ese pedazo de tierra era para ella, para que lo utilizamos cuando se requiriera, pero no hubo papel que acreditara la herencia – papelito habla -.
Ahora mi hermano se adjudicó la responsabilidad y cualquier reparación de albañilería; él se encarga de que se haga. Yo al visitar las tumbas de mis padres, me llega el sentimiento de la obligación de pasar a la tumba de Celia y también, aunque han pasado más de 70 años de su fallecimiento y su alma desde entonces sin duda recibió la bienvenida en el cielo, pues qué pecados podría tener esa niña de 15 años. Pero el ritual de visitar las tumbas es esa, elevar oraciones.
Don Rosendo, a quien lo abandonó su esposa, conoce en Guadalajara a doña Pachita, se unen y se vienen a vivir a Ixtlán. Ella se hace responsable de los hijos de la esposa y los que ambos procrean, algunos les ponen nombres del primer matrimonio, repetidos pues, pero de esto hablaremos en otro artículo. Escanio7@hotmail.com
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